Aún no sabía cocinarlas de la forma correcta y se le agolpaban a borbotones, a ratos ácidas robándole una sonrisa, a ratos amargas derramándose junto a una lágrima.
El alquimista intuía que la base que iba a dar la consistencia deseada a su caldereta de palabras encadenadas sería una mezcolanza de coherencia apasionada, junto a unos polvos de sonrisa satisfecha. Este toque encandilaría a su público, estaba seguro.
Pero con los tiempos bien cumplidos y el repertorio reposado, el momento de su súplica al director del banco se vio arruinado por un vómito repentino de palabras inconexas que desataron una carcajada despectiva.
El crédito no le fue concedido, como ya venía siendo normal.
Tania A.Alcusón