BUENOS DÍAS

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     Siempre la misma rutina. Los mismos juegos desde hace años.
     Todas las mañanas, al despertar se encuentra una sonrisa, un beso en la boca, otro en su hombro desnudo y un abrazo íntimo con los ojos cerrados, de los que aún le provocan esa "sensación" en la cabeza de que es auténtico.

     Cada roce físico sigue siendo todavía un estímulo a sus sentidos y a sus emociones que perdura en su recuerdo a lo largo del día. Y empezar sintiendo ternura y expresando pasión es un pequeño placer que le dibuja una sonrisa interior, protegiéndola como un escudo de las turbulencias que se presentan.





     ¡Qué tonta! A veces cree que no le quiere ya o que no le necesita, que no es lo que andaba buscando para su futuro. A veces piensa que podría estar con alguien mejor... ¡Qué tonta!

Tania A. Alcusón

POZO DE INSIGNIFICANCIAS

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       Hoy hueles a lágrimas. El olor salado y ese eco en tus sollozos te delatan.

     Te observo ahí, con la mirada perdida, y te supongo lanzando una caña a tu pozo de insignificancias donde tus recuerdos, no tan hundidos, flotan a la deriva. De esos recuerdos quizás quieras pescar el que menos duela, alguno que guarde olor a risas, aquel con vistas a un futuro sereno o ese que suena a melodía dulce... Cualquiera que te sirva para recordar que cualquier tiempo pasado fue digno de ser vivido.

     Hoy, sentada en una mesa con la barbilla apoyada en la mano, los dedos se clavan en tu mejilla, hurgando debajo de la piel buscando a qué aferrarse, y de tus ojos comienza a emanar de nuevo ese perfume a desconsuelo que te envuelve. 

      Tengo la certeza de que ese pozo tuyo destila veneno además de todo, y que las criaturas que cobija no serán capaces de redimirte en tu tristeza en su intento por aportarte algo más de vida.

Tania A. Alcusón


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ASUMIENDO LOS RIESGOS

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     Llegó tarde a su cita con la muerte en el Hotel Parcero. Ahora se encontraba, por escasos segundos, en una cama de aquel hospital tercermundista esperando impaciente la llamada de Marisa, su mujer, desde España. Por escasos segundos no estaba en una caja de pino barato repatriado en Soria para ser incinerado como su padre.

     Cuando meses atrás aceptó el trabajo, tan bien remunerado, de la agencia para cubrir el reportaje sobre las jerarquías en las guerrillas colombianas, ya conocía los riesgos. Pero ahora, allí tumbado, fuera de su país, y dándole vueltas a la cabeza, entendía que nunca estuvieron realmente asumidos. Ahora, sólo le salía poner una sonrisa a medias en su boca al recordar esa avería del autobús viniendo del pueblo colindante que le dio el tiempo suficiente para llegar a ser un mero espectador.
Fue espectador de Paula, tan bonita con su vestido de flores, que le esperaba en aquella puerta de la muerte del Hotel Parcero, hotel que durante varios días disfrazó su aventura de trabajo informal gratamente remunerado. Mientras un tipo entraba por la puerta de al lado con cargas de dinamita a la vista y con actitud amenazante hacia cualquiera que le mirase descaradamente. Con un gesto rápido de su brazo derecho sacó una metralleta ligera de su abrigo arrasando con todo el que tenía cerca.
La despedida apenas alcanzó a ser una sonrisa lejana de Paula, que le divisó en la distancia bajando del autobús. Un amago de mirada dulce por microsegundos. Después, el horror.
Tras ese instante, Rubén ya no recordaba nada más de una manera nítida. En una nebulosa de ecos y flashes, podía escuchar aún en su mente los gritos frenéticos del verdugo justo antes de detonar las bombas y todo fraccionándose ante su mirada que no daba crédito.

     En el hospital le dijeron que avisarían a Marisa. Pero tras dos horas sin noticias, sin llamadas ni mensajes histéricos tipo "cariño, no te mueras aún, yo ya voy para allá", ya iba perdiendo la esperanza de que su mujer, siempre dispuesta para él y sus dolores, se pusiera siquiera en contacto con el hospital para interesarse por su estado.
No debería haber estado viendo a Paula. Siempre le ocurría lo mismo. No se quería enamorar de nadie porque ya estaba enamorado de Marisa. No necesitaba otra mujer, ni otra familia. Pero ellas en cualquier parte del mundo, mujeres ligeras de ropa, de decencia y de escrúpulos, siempre le esperaban desconociéndolo para adularle por su tez morena y sus ojos color miel. Ellas siempre consentían y buscaban cualquier tipo de familiaridad fingida que sólo le recordaba que era un hombre lleno de instintos fuera de su casa. La tentación estaba demasiado al alcance y su trabajo de reportero no era sino una invitación más para seguir así.

     Ahora debía asumir el riesgo. Quizás Marisa no quisiera llamarle y ya estuviese cansada de los mismos juegos  una y otra vez...
O quizás sólo era que no habían podido contactar con ella aún porque tenía mucho trabajo en la pastelería. Al fin y al cabo era Navidad.

Tania A. Alcusón




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Y TENÍA PERMISO

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Quería probar el cuerpo caliente de ella.
Y tenía permiso para mordisquear con los dientes la carne sudorosa. Podía desgarrarar su piel con indecencia, clavarse con su borde afilado haciéndola temblar...


 

Quería hurgar en los lugares más ocultos.
Y tenía permiso para que su lengua recorriera las profundidades de aquel cuerpo. Podía perderse en las curvas caprichosas que componían aquel ser, buscar incansable los rincones más deliciosos y dejarse llevar...
     
Quería escuchar su respiración entrecortada.
Y tenía permiso para dejar libres sus manos y recoger el rastro de los fluidos ajenos. Podía dejarlas reposar en su boca tras hurgar en lugares secretos, que se perdieran en su pelo suelto...

Quería derretir su cuerpo en el de ella.
Y tenía permiso para que todo su ser la buscase incansable en su deseo.
¡¡Podía hacerlo!! ¡Y tenía permiso! La utilizó para hacer realidad sus fantasías más inconfesables. Jugó con ella a juegos prohibidos con las otras mujeres. Quiso llegar tan adentro de ella, que se descubrió perdido en sí mismo y ya no supo volver a salir más.

Tania A. Alcusón

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