HECHIZO DE LUNA

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De noche, en Egipto, con mi flamante marido de sonrisa reluciente en la habitación esperándome. Lo odio. No quiero volver a mirarlo más. Sólo pienso en el momento de volver a casa para deshacer este entuerto. Tengo que darle una lección…

Anoche paseaba despacio, casi arrastrándome, para no saturar mi mente con más preguntas retóricas y vertiginosas. Las respuestas no acudían, sólo arcadas.
Andaba en silencio para que no despertase mi furia. Para que nadie despertase con mis lamentos.
Caminaba sola para no traer como compañeros indeseables a los demonios que le había dejado en la habitación del hotel. ¡Que se quedaran con él!

Y la luz de la luna, esa blanca y gorda de allí arriba, me escoltaba por estas tierras mágicas y desconocidas. Me inundaba con su energía traicionera y me insinuaba al oído extrañas soluciones a mis problemas. Incluso exprimiendo todas mis buenas intenciones, yo sólo era capaz de encontrar en mí resquicios de lo que en otro tiempo fue nuestro amor. Estas cálidas tierras que soportaban mis pies enfebrecidos por las altas temperaturas de mi ira interior, acogían respetuosas mis pasos tristes pero firmes mientras se hundían en los recuerdos, en las esperanzas, en las decepciones y en el dolor.

La que iba a ser una luna de miel de ensueño se había convertido en un sol de espanto con excursiones contratadas sin tregua. Probablemente elegidas para evitar que nuestras cabezas dieran más vueltas sobre el asunto. No tocarnos en todo el viaje y bajar las miradas cuando éstas se intentaban cruzar, ese era el pan nuestro de ese viaje. Estaba resultando una parodia del cuento de hadas que me había prometido.
Cabrón mentiroso…

Y hoy, bajo un sol que derrite el asfalto, no puede ablandar lo más mínimo de mi coraza guerrera, estoy decidida a que mi marido no se olvide de su promesa. No ha servido de nada tratar de templar mis nervios contra un desafío inminente. Delante de todos, lamerá de rodillas el sabor amargo de mi venganza… Debe ser algo imprevisible. Un revés que le haga poner, involuntario, la otra mejilla.
El faraón será mi testigo de honor. En la sala de ofrendas de su templo de Abu Simbel, en la excursión de hoy, tengo algo que ofrecerle. Y tanto Ramsés II como sus dioses Ra, Ptah y Amón recibirán un presente digno de la mayor de las divinidades.
Desde la universidad conozco la cultura egipcia a la perfección. El estudio de Antropología es lo que tiene. Leí y estudié sobre sus gentes y sobre sus dioses en su día,  y ahora me documenté especialmente para este viaje: El gran dios, el dios de la oscuridad y el dios oculto, adorados por un faraón que se creía el mismo hijo de dios en vida. Todos juntos en un templo… En un emplazamiento ideal para tratar de canalizar toda la energía que tiene este lugar en mi propio beneficio.

Primero, en el santuario del templo contaré a las divinidades el por qué de mi ofrenda, y cuál ha sido mi ofensa. No hará falta hablarles en voz alta. Todavía no. Ya sé cómo va esto.
Anoche la luna me inspiró en los símbolos que debía dibujar en mi cuerpo para poder absorber todo el flujo de corriente que el templo me ofrecería. Me susurró la medida más efectiva y extravagante para nuestro problema marital.
Tendré que explicar a las deidades que después de prometerme, ante tanta gente, su amor más puro y eterno, descubrí al mentiroso en el hotel con la camarera de habitaciones. ¡Cómo se empeñaba en decirme que no era lo que parecía, que no pasaba nada, que no volvería a ocurrir! Que fue ella la que lo sedujo para que la sacara de allí, me decía. Patético.
Inesperadamente, cuando les sorprendí en el cuarto de la limpieza, apoyados sobre las estanterías, la expresión que él tenía no era lujuria, ni era amor. Ni siquiera era ternura. ¡Era todo y nada, era mera adoración! ¿Pero cómo había podido? ¿Desde cuándo? ¡Si solo llevábamos allí cuatro días! La cara de ella, de total satisfacción, con una sonrisa desdeñosa mientras se abrochaba los botones y se colocaba la falda rápido, hablaba de unas intenciones efímeras. Para acrecentar mi humillación, ¡la gobernanta del hotel pasaba por el lugar y lo vio todo! Las miradas y las muecas del personal en el hotel no han vuelto a ser iguales hacia mí. Y no son de mofa, no. Más bien de lástima. Lo odio tanto…

Segundo, en la zona del templo solar, bajo la mirada de todos los dioses (y de los presentes), me desvestiré con cuidado para dejar a la vista que no soy una profana del misticismo. Con respeto, quedaré totalmente desnuda.
¡Que nadie se acerque! ¡Todos atrás!
Los símbolos quedarán expuestos, marcados sobre cada punto de luz de mi cuerpo. Y entonaré un conocido cántico árabe para poder ejecutar la danza de los planetas. Por costumbre, cada musulmán que se encuentre allí, por una consideración de cultura y conocedor de la samá y la virtud de la danza, la entonará conmigo. Y con sus voces profundas me ayudarán a llegar al trance necesario para ser libre. ¡Vueltas y vueltas con los brazos abiertos al cielo!
Espero y confío en que él esté a mi lado, mirando abochornado y desconcertado sin saber qué estoy haciendo. Lo espero de veras.
Me abrazaré a él, en pleno trance. Quiero que sienta terror de mi persona sin saber qué va a pasar. Pero también quiero que toda mi energía lo abrase y lo afloje a mi merced. Quiero hipnotizarlo con mi danza, que se quede atado a mi cuerpo con mi energía atrayéndole fuertemente.
Lo llevaré a la sala de ofrendas, el siguiente cubículo. Y sobre el altar, le ofreceré a él y me ofreceré yo. Unidos, seremos una prueba y una ofrenda de amor públicos. Lo apresaré de tal manera que no podrá escapar a mi hechizo de luna. Desnudo conmigo, esperará el premio que le ofrece mi cuerpo ignorando nuestro alrededor.
Deseará no haberme traicionado jamás y ahora seré yo su motivo de adoración. Seré una diosa en vida para él. Como la reina que me había prometido que sería.
Y las divinidades sacralizarán nuestro acto. Público una vez más, pero mucho más íntimo. Mucho más real.

Tania A. Alcusón


Éste es un relato que pertenece al ejercicio del mes de mayo del grupo Adictos a la Escritura "la doble imagen". Sobre la misma foto, la compañera Nyra también ha hecho su versión de texto libre en este enlace 




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TORMENTA DE VERANO

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     Tumbado en la piedra, a la orilla de la charca, miraba el cielo anaranjado de última hora. Imaginaba las formas imposibles que le sugerían las nubes que se acercaban . Se evadía de la realidad , creando historias paralelas que no existían y convirtiéndolas en un pasatiempo inútil.
Las sienes le sudaban al sol, pero una brisa ligera y un olor intenso a tierra mojada en el ambiente, intuían tormenta.
Los insectos revoloteaban por su cara, brazos y piernas, con ese zumbido característico en la soledad del bosque. Y hoy, los pájaros no volaban. Los grillos, con su canto de origen desconocido, le hacían compañía invisible, y las ranas croaban saltarinas, mientras se despedían, a su manera, saltando al agua.

     Sólos, él y la naturaleza más auténtica, en el estanque de los juncos.
Buscaba tranquilidad, y sólo allí en estos días de agosto se podía encontrar con ella. Apartándose durante semanas en el pueblo, huyendo de la ciudad, y dejando pasar las tardes de verano andando por caminos mil veces pisados, centrado en lo que nunca salía de su interior.
Risas lejanas de niños, -bullicio en la parte más baja del río- le recordaban una y otra vez lo efímero de la temporada estival, la vuelta a la rutina en pocos días.
Y ella esperándole en la ciudad. Ella que requería su tiempo precioso y unas condiciones que él no estaba dispuesto a ceder. Aún sin estar presente, quitándole espacio de su mundo sin compartir. Aguardándole en otoño con unas respuestas que él no había elaborado aún. No quería volver. No estaba preparado para enfrentarse a más reproches, ni para seguir siendo un querer y no poder de sí mismo. Todavía no.



     La primera gota en el muslo. Fría. Inesperada pero prevista, sólo fue la precursora de miles de gotas más que se precipitarían sobre él. Seguida esta exploradora, al momento, por un estallido de luz que anunciaba en poco segundos, con un ruido ensordecedor, que la bóveda celeste se abriría para dejar caer su furia. Y tras varios hilos de luz blanquecina que se daban la mano atravesando el cielo, rompió la lluvia sobre él.
Las gotas caían gruesas, calando su camiseta rápidamente, sin darle tregua para resguardarse bajo los árboles que se encontraban bosque adentro. Parecían querer añadir un peso extra sobre él. Se quitó rápido la camiseta y la lanzó al suelo.
Caían fuertes, picando incluso. Hacían saltar pequeños granos de arena que se le clavaban en las pantorrillas. Le pegaban el pelo a la cara, sobre los ojos, mientras le chorreaban en hilos de agua por la piel.

Y ese olor maravilloso a húmedo inundándolo todo.
Y esos truenos rotos encendiendo el bosque a su paso.

      Quizás no fueron más de diez minutos en los que aquel torrente de agua cayó y cayó arrastrando incluso las piedras en su camino. Pero con todo ese chaparrón descargado sobre él, ahora se sentía limpio por dentro, más puro en su interior. Las lágrimas del cielo lo habían transformado con su llanto y también habían arrastrado parte de su amargura.
En un primer momento hizo el intento de guarecerse pero para su satisfacción posterior, y no sin cierta incomprensión por su actitud rebelde, se descubrió gozando bajo esa lluvia repentina.
Con los brazos extendidos hacia arriba queriendo recibir todo lo que le ofrecía aquel aguacero, inclinaba la cabeza hacia lo alto escuchando, oyendo y sintiendo sobre sus ojos. Daba vueltas sobre sí mismo como un loco clamando al cielo. Pidiendo más. Reía, incluso gritaba, dejando salir al tiempo su propia tormenta interna. A ésta, le dio rienda suelta para que se llevase todo lo que ya no necesitaba, para que le lavara las sábanas de los fantasmas internos y liberase un caudal de sentimientos guardados que fuesen a dar a un estanque de tranquilidad final en su recorrido.

     Baldeando su espíritu, con los zapatos en la mano y la camiseta escurriendo sobre su hombro, se concedió la libertad de bajar al pueblo por la orilla del río, sin hora de llegada.
El sol volvía a salir para secarlo todo, tímido ya y apunto de apagarse. Creaba reflejos rojizos en las hojas todavía mojadas, y un arco de colores surgía de las aguas ahora tranquilas del río. La vida del bosque todavía estaba oculta, asustada. Tendría que dar paso a la confianza de volver a la normalidad para cada uno de sus habitantes.
Pero para él todo el chaparrón había sido algo más que un momento puntual en el bosque. Había significado un punto de inflexión que le había dejado el poso de una sensación muy agradable: volver a ser dueño de sí mismo.

     Todavía quedaban unos pocos días de estío para descansar, y cuando terminasen, se enfrentaría a sus dilemas con fuerza y valor. Pero no todavía, aún se podía dejar acariciar un poco más por el sol, por la montaña, por la naturaleza y por la soledad que tanto disfrutaba.

Tania A. Alcusón


Texto con una mención especial en la Convocatoria Escritores y poetas, Antología "El último día del verano". Convoca Club Hemingway de Escritores y Lectores en Facebook.


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