NOCHE DE PAZ

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Se lamentó maldiciendo su suerte y dio un golpe sobre el mostrador con los billetes. Matías se había quedado atrás de un grupo de pasajeros enfadados que ya se habían marchado al hotel a descansar. Aunque ya llevaba demasiado tiempo en aquel aeropuerto debía intentarlo una vez más.

—Señorita, esto no puede estar ocurriendo horas antes de Nochebuena. Me niego a creerlo. ¿Pero se da usted cuenta de lo que nos está diciendo a escasos tres cuartos de hora de la salida de nuestro vuelo?—exclamaba el anciano mientras tapaba su cara con manos temblorosas—Yo no quiero enfadarme con usted, pero ¡por Dios bendito! ¡El siguiente vuelo no sale hasta dentro de tres días! Quién sabe si ya no saldré de aquí con los pies por delante…

—Lo siento, Matías. Lo siento de veras, pero ahora mismo es la única solución que podemos ofrecerles. Como le dije antes, ninguna otra compañía vuela hoy a San Juan, y según nos informa el mecánico del avión, aún pueden tardar varias horas más en solucionar el problema—. La señorita trataba de mirarle a los ojos, pero el hombre sólo miraba, desconcertado, a través de las grandes cristaleras a los otros aviones que sí salían a sus destinos—. Le doy mi palabra de que en cuanto haya estimación de la salida de su vuelo, se les avisará al hotel para que salgan cuanto antes rumbo a casa. Pero ahora, de verdad, vaya usted a descansar y quédese tranquilo en el hotel, Matías. No podemos hacer más por ahora y probablemente hasta mañana, como mínimo, no podamos ponerles en un avión nuevo. Lo siento mucho...

—No lo entiende señorita… No estoy cansado. Llevo cuatro años ahorrando cada euro que sobra de mi pensión—comenzó a sollozar— para poder ir a visitar a mi familia en Puerto Rico... Poder ver llegar a Papá Noel con los regalos para mis bisnietos y ver sus caras iluminadas. Sueño con los abrazos de mis hijos, de mis nietos, de los hermanos que aún me esperan vivos. ¡Y espero, desde hace cuatro años con la esperanza de aguantar un día más para poder salir de Madrid en un vuelo, con dirección al lugar que aún conserva la cama donde nací, para poder tumbarme de nuevo y morir en paz a mis 75 años!

Diana tragaba saliva sabiendo que ninguna palabra que dijese le iba a poder dar el consuelo que él necesitaba. Trataba de ser aséptica con la situación, sabía que no debía involucrarse; pero no quería tomar tanta distancia como para resultar tan fría como las luces blanquecinas que les iluminaban en aquel lugar. Y sobretodo no quería causarle falsas expectativas mintiéndole.
—Matías, yo estaré aquí hasta las dos de la mañana. Le prometo que si el avión está arreglado antes de que acabe mi turno, yo misma le llamaré para darle la buena noticia—. Cogió su mano entre las suyas y le susurró algo más mientras él la miraba con los ojos empañados— Deseo de veras poder darle la noticia personalmente. Ya verá cómo va a ser un viaje lleno de ilusiones.
El hombre le besó el dorso de la mano, ya agotado, la miró y, cabizbajo, se dio la vuelta para seguir al grupo que ya esperaba en el autobús.

A las diez de la noche todavía no se había producido esa llamada de solución al problema, pero Diana se había quedado con la soledad de la expresión de Matías acompañándola en su turno. Era su hora de la cena de Nochebuena y, con su ticket en la mano para el restaurante del aeropuerto, aprovechó para hacer una llamada mientras esperaba la vez :
—Mamá, soy yo…
—…
—Sí, yo voy a cenar ahora también —...—No, mis compañeros vienen un poco más tarde, porque hay algo de jaleo todavía por aquí… No creo que lleguen antes de que yo haya terminado.
—…
—Bueno, pero esto es así. Ya lo sabes... Mañana sí podré estar con vosotros… ¡Guardádme algún langostino! —sonreía con tristeza, y los ojos se le humedecieron mientras escuchaba— …Sí, yo también… Bueno, te dejo que ya me toca pedir la cena, mamá. ¡Dales besitos a todos de mi parte y pasad una cena tranquilita! ¡Os echaré de menos! Ciao, ciao…

A las dos acabó su turno. No hubo noticias para Matías. Le hubiera gustado llamarle al hotel para haberse disculpado al menos. Pero sabía que así sólo conseguiría remover la angustia del pobre hombre, recordarle que, finalmente, había pasado la Nochebuena sólo en el hotel… Al final, Diana no logró su objetivo, se estaba llevando el recuerdo de aquella tristeza a casa. 
Cuando llegó, en la soledad de su salón iluminado con luces de colores, abrió una botella de champán y sirvió dos copas.
—Feliz Navidad, Matías—. Mientras brindaba con el aire. Puso la tele, se acurrucó en el sofá y se quedó dormida, mecida entre los recopilatorios navideños televisivos que aún cantaban villancicos a esas horas.

Tania A. Alcusón



FELICES FIESTAS A TODAS LAS PERSONAS QUE DEBEN TRABAJAR PARA QUE LOS DEMÁS LLEGUEN HASTA LOS SUYOS.
Dedicado a mis compañeros de Madrid-Barajas. ¡Sois lo mejor que tiene la empresa, y no lo sabe! 

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JUSTICIA DIVINA

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No podría haber esperado otro final para el señor Ramón. Nuestro vecino de abajo. 

Siempre con sus quejas sobre el ruido en la comunidad, sobre las obras del edificio de enfrente, sobre los gatos del patio, sobre los niños que juegan en el parque de abajo... A los vecinos nos tiene mareados con sus manías, y siempre que hay reunión de comunidad nos sorprende con alguna nueva extravagancia fruto de la soledad. Y como nuestro pequeño lleva en casa sólo dos meses, con todo lo que eso conlleva a nivel de molestias, hemos tomado la determinación de hacernos los despistados si le vemos por el pasillo, por si nos viene con quejas del chiquitín. No queremos más encontronazos con él.


Desde que su mujer murió hace siete años, el señor Ramón, se ha ido metiendo cada vez más en su mundo de rarezas y cada vez es más difícil encontrarle de buen humor. Antes no era así. Era un vecino normal que hacía su vida normal. Tampoco hablaba con todo el mundo (su mujer sí nos conocía a todos por nuestro nombre), pero desde luego, una sonrisa educada siempre acompañaba algún gesto cortés. Quizás suene a tópico, pero actualmente sus hijos apenas lo visitan un ratito cada varios meses. Da más la sensación de que vienen a pasar revista y ver cómo está la casa, y que no le hacen mucho caso a él. A nosotros nos da pena porque las últimas veces, cuando se han ido, hemos oído llorar al pobre durante un rato y lamentarse entre sollozos. Pero luego, en el día a día, sigue siendo un témpano borde y desagradable. 

Hace año y pico, mi mujer se ofreció a acompañarle al Hogar de Jubilado que tenemos en el barrio para que hiciera amistades, pero él, ofendidísimo, le dijo que no se metiera donde nadie la había llamado y que lo dejara en paz. No se lo dijo de buenas maneras, ni con esas palabras, y durante un tiempo, cuando mi mujer o yo nos cruzábamos con él, mascullaba en voz baja y refunfuñaba... Así que dejamos de comportarnos como vecinos, y secos "hola" o "adiós" han sido suficientes durante todo este tiempo. En ningún momento hemos querido ahondar más en sus miserias. 

Así que hace un par de semanas, en la cena de Navidad con mi suegra en casa, cuando escuchamos aquellos golpes atronadores subiendo por las cañerías, la verdad es que nos asustamos bastante. Sabíamos que el señor Ramón estaba en casa porque las luces estaban encendidas, pero nos habíamos fijado en el cartel de la puerta de su casa del bajo, claramente antinavideño, de "No molestar, hay gente que quiere descansar en Paz" y supusimos que estaría sólo allí. Bajamos corriendo a ver qué ocurría, y en su puerta coincidimos con varios vecinos que habían escuchado un golpe también desde el patio interior. 
Resulta que el señor Ramón se había quemado con el fogón de la cocina, y al retirar la mano con el sobresalto, la sartén que tenía al fuego le cayó encima de la pierna y le abrasó. Tuvo los reflejos, según me contó luego, de armar jaleo contra las tuberías para llamar la atención, pero al poco se desmayó por el dolor y por eso ni se enteró de que estábamos todos allí llamándole y timbrando insistentes a su puerta. Mientras esperábamos arremolinados en su puerta a que policía y bomberos abrieran e imaginando lo peor, algunos vecinos quedamos en que había que hacer algo con -por- él. Y fui yo el que le acompañó hasta el hospital en la ambulancia para que no fuera sólo. Luego volveríamos a casa, a terminar la cena, o ya los postres, con tranquilidad. Si él quería.
Allí, en la sala de espera, me confesó con la voz entrecortada y los ojos brillantes que se sentía muy sólo y que le daba miedo. Que echaba de menos a Paquita y que sabía que no podía contar con sus hijos, que ellos ya tenían sus vidas, me decía ¡Qué lástima me dio escucharle, así, tan vulnerable! Y mientras le atendían, me quedé fuera y aproveché para llamar a mi madre, que estaba con mi familia en Bilbao en pleno sarao, y me dio la idea de lo que podíamos hacer con él. Allí mismo pedí cita con la trabajadora social para que nos informara de mi plan...

Ahora veo que el señor Ramón, gracias a Pepe, el universitario de la facultad de medicina que va a ir vivir con él el semestre que viene, se siente acompañado y ya no está de tan mal humor. Han tenido varias entrevistas para ver su compatibilidad en la convivencia, y el señor Ramón habla con orgullo de ese chaval al que acaba de conocer. Aquella noche, cuando hablamos con la trabajadora social del hospital, nos dijo las puertas que debíamos tocar y puso en marcha el protocolo necesario.
Mi mujer, por su cuenta, avisa al hombre cada vez que baja con el nene al parque, y he visto cómo él baja la mirada avergonzado cada vez que ella se le engancha con fuerza al brazo mientras le pone el carrito en las manos, orgullosa. 
Es curiosa esta justicia que rige el mundo.

Fin
"La crueldad es humana, 
la compasión, divina"


Hay personas como Pepe, que viviendo fuera de sus ciudades, se ofrecen voluntarias por diferentes motivaciones, a convivir con los mayores. Y hay mayores como el señor Ramón, que con valentía admiten que necesitan compañía, también por diferentes razones.
En la actualidad varias universidades españolas tienen vigente este tipo de proyectos que funcionan con éxito para jóvenes y ancianos que viven y conviven en paz, acompañados y compartiendo sus mundos.

Tania A. Alcusón

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