NOCHE DE PAZ

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Se lamentó maldiciendo su suerte y dio un golpe sobre el mostrador con los billetes. Matías se había quedado atrás de un grupo de pasajeros enfadados que ya se habían marchado al hotel a descansar. Aunque ya llevaba demasiado tiempo en aquel aeropuerto debía intentarlo una vez más.

—Señorita, esto no puede estar ocurriendo horas antes de Nochebuena. Me niego a creerlo. ¿Pero se da usted cuenta de lo que nos está diciendo a escasos tres cuartos de hora de la salida de nuestro vuelo?—exclamaba el anciano mientras tapaba su cara con manos temblorosas—Yo no quiero enfadarme con usted, pero ¡por Dios bendito! ¡El siguiente vuelo no sale hasta dentro de tres días! Quién sabe si ya no saldré de aquí con los pies por delante…

—Lo siento, Matías. Lo siento de veras, pero ahora mismo es la única solución que podemos ofrecerles. Como le dije antes, ninguna otra compañía vuela hoy a San Juan, y según nos informa el mecánico del avión, aún pueden tardar varias horas más en solucionar el problema—. La señorita trataba de mirarle a los ojos, pero el hombre sólo miraba, desconcertado, a través de las grandes cristaleras a los otros aviones que sí salían a sus destinos—. Le doy mi palabra de que en cuanto haya estimación de la salida de su vuelo, se les avisará al hotel para que salgan cuanto antes rumbo a casa. Pero ahora, de verdad, vaya usted a descansar y quédese tranquilo en el hotel, Matías. No podemos hacer más por ahora y probablemente hasta mañana, como mínimo, no podamos ponerles en un avión nuevo. Lo siento mucho...

—No lo entiende señorita… No estoy cansado. Llevo cuatro años ahorrando cada euro que sobra de mi pensión—comenzó a sollozar— para poder ir a visitar a mi familia en Puerto Rico... Poder ver llegar a Papá Noel con los regalos para mis bisnietos y ver sus caras iluminadas. Sueño con los abrazos de mis hijos, de mis nietos, de los hermanos que aún me esperan vivos. ¡Y espero, desde hace cuatro años con la esperanza de aguantar un día más para poder salir de Madrid en un vuelo, con dirección al lugar que aún conserva la cama donde nací, para poder tumbarme de nuevo y morir en paz a mis 75 años!

Diana tragaba saliva sabiendo que ninguna palabra que dijese le iba a poder dar el consuelo que él necesitaba. Trataba de ser aséptica con la situación, sabía que no debía involucrarse; pero no quería tomar tanta distancia como para resultar tan fría como las luces blanquecinas que les iluminaban en aquel lugar. Y sobretodo no quería causarle falsas expectativas mintiéndole.
—Matías, yo estaré aquí hasta las dos de la mañana. Le prometo que si el avión está arreglado antes de que acabe mi turno, yo misma le llamaré para darle la buena noticia—. Cogió su mano entre las suyas y le susurró algo más mientras él la miraba con los ojos empañados— Deseo de veras poder darle la noticia personalmente. Ya verá cómo va a ser un viaje lleno de ilusiones.
El hombre le besó el dorso de la mano, ya agotado, la miró y, cabizbajo, se dio la vuelta para seguir al grupo que ya esperaba en el autobús.

A las diez de la noche todavía no se había producido esa llamada de solución al problema, pero Diana se había quedado con la soledad de la expresión de Matías acompañándola en su turno. Era su hora de la cena de Nochebuena y, con su ticket en la mano para el restaurante del aeropuerto, aprovechó para hacer una llamada mientras esperaba la vez :
—Mamá, soy yo…
—…
—Sí, yo voy a cenar ahora también —...—No, mis compañeros vienen un poco más tarde, porque hay algo de jaleo todavía por aquí… No creo que lleguen antes de que yo haya terminado.
—…
—Bueno, pero esto es así. Ya lo sabes... Mañana sí podré estar con vosotros… ¡Guardádme algún langostino! —sonreía con tristeza, y los ojos se le humedecieron mientras escuchaba— …Sí, yo también… Bueno, te dejo que ya me toca pedir la cena, mamá. ¡Dales besitos a todos de mi parte y pasad una cena tranquilita! ¡Os echaré de menos! Ciao, ciao…

A las dos acabó su turno. No hubo noticias para Matías. Le hubiera gustado llamarle al hotel para haberse disculpado al menos. Pero sabía que así sólo conseguiría remover la angustia del pobre hombre, recordarle que, finalmente, había pasado la Nochebuena sólo en el hotel… Al final, Diana no logró su objetivo, se estaba llevando el recuerdo de aquella tristeza a casa. 
Cuando llegó, en la soledad de su salón iluminado con luces de colores, abrió una botella de champán y sirvió dos copas.
—Feliz Navidad, Matías—. Mientras brindaba con el aire. Puso la tele, se acurrucó en el sofá y se quedó dormida, mecida entre los recopilatorios navideños televisivos que aún cantaban villancicos a esas horas.

Tania A. Alcusón



FELICES FIESTAS A TODAS LAS PERSONAS QUE DEBEN TRABAJAR PARA QUE LOS DEMÁS LLEGUEN HASTA LOS SUYOS.
Dedicado a mis compañeros de Madrid-Barajas. ¡Sois lo mejor que tiene la empresa, y no lo sabe! 

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JUSTICIA DIVINA

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No podría haber esperado otro final para el señor Ramón. Nuestro vecino de abajo. 

Siempre con sus quejas sobre el ruido en la comunidad, sobre las obras del edificio de enfrente, sobre los gatos del patio, sobre los niños que juegan en el parque de abajo... A los vecinos nos tiene mareados con sus manías, y siempre que hay reunión de comunidad nos sorprende con alguna nueva extravagancia fruto de la soledad. Y como nuestro pequeño lleva en casa sólo dos meses, con todo lo que eso conlleva a nivel de molestias, hemos tomado la determinación de hacernos los despistados si le vemos por el pasillo, por si nos viene con quejas del chiquitín. No queremos más encontronazos con él.


Desde que su mujer murió hace siete años, el señor Ramón, se ha ido metiendo cada vez más en su mundo de rarezas y cada vez es más difícil encontrarle de buen humor. Antes no era así. Era un vecino normal que hacía su vida normal. Tampoco hablaba con todo el mundo (su mujer sí nos conocía a todos por nuestro nombre), pero desde luego, una sonrisa educada siempre acompañaba algún gesto cortés. Quizás suene a tópico, pero actualmente sus hijos apenas lo visitan un ratito cada varios meses. Da más la sensación de que vienen a pasar revista y ver cómo está la casa, y que no le hacen mucho caso a él. A nosotros nos da pena porque las últimas veces, cuando se han ido, hemos oído llorar al pobre durante un rato y lamentarse entre sollozos. Pero luego, en el día a día, sigue siendo un témpano borde y desagradable. 

Hace año y pico, mi mujer se ofreció a acompañarle al Hogar de Jubilado que tenemos en el barrio para que hiciera amistades, pero él, ofendidísimo, le dijo que no se metiera donde nadie la había llamado y que lo dejara en paz. No se lo dijo de buenas maneras, ni con esas palabras, y durante un tiempo, cuando mi mujer o yo nos cruzábamos con él, mascullaba en voz baja y refunfuñaba... Así que dejamos de comportarnos como vecinos, y secos "hola" o "adiós" han sido suficientes durante todo este tiempo. En ningún momento hemos querido ahondar más en sus miserias. 

Así que hace un par de semanas, en la cena de Navidad con mi suegra en casa, cuando escuchamos aquellos golpes atronadores subiendo por las cañerías, la verdad es que nos asustamos bastante. Sabíamos que el señor Ramón estaba en casa porque las luces estaban encendidas, pero nos habíamos fijado en el cartel de la puerta de su casa del bajo, claramente antinavideño, de "No molestar, hay gente que quiere descansar en Paz" y supusimos que estaría sólo allí. Bajamos corriendo a ver qué ocurría, y en su puerta coincidimos con varios vecinos que habían escuchado un golpe también desde el patio interior. 
Resulta que el señor Ramón se había quemado con el fogón de la cocina, y al retirar la mano con el sobresalto, la sartén que tenía al fuego le cayó encima de la pierna y le abrasó. Tuvo los reflejos, según me contó luego, de armar jaleo contra las tuberías para llamar la atención, pero al poco se desmayó por el dolor y por eso ni se enteró de que estábamos todos allí llamándole y timbrando insistentes a su puerta. Mientras esperábamos arremolinados en su puerta a que policía y bomberos abrieran e imaginando lo peor, algunos vecinos quedamos en que había que hacer algo con -por- él. Y fui yo el que le acompañó hasta el hospital en la ambulancia para que no fuera sólo. Luego volveríamos a casa, a terminar la cena, o ya los postres, con tranquilidad. Si él quería.
Allí, en la sala de espera, me confesó con la voz entrecortada y los ojos brillantes que se sentía muy sólo y que le daba miedo. Que echaba de menos a Paquita y que sabía que no podía contar con sus hijos, que ellos ya tenían sus vidas, me decía ¡Qué lástima me dio escucharle, así, tan vulnerable! Y mientras le atendían, me quedé fuera y aproveché para llamar a mi madre, que estaba con mi familia en Bilbao en pleno sarao, y me dio la idea de lo que podíamos hacer con él. Allí mismo pedí cita con la trabajadora social para que nos informara de mi plan...

Ahora veo que el señor Ramón, gracias a Pepe, el universitario de la facultad de medicina que va a ir vivir con él el semestre que viene, se siente acompañado y ya no está de tan mal humor. Han tenido varias entrevistas para ver su compatibilidad en la convivencia, y el señor Ramón habla con orgullo de ese chaval al que acaba de conocer. Aquella noche, cuando hablamos con la trabajadora social del hospital, nos dijo las puertas que debíamos tocar y puso en marcha el protocolo necesario.
Mi mujer, por su cuenta, avisa al hombre cada vez que baja con el nene al parque, y he visto cómo él baja la mirada avergonzado cada vez que ella se le engancha con fuerza al brazo mientras le pone el carrito en las manos, orgullosa. 
Es curiosa esta justicia que rige el mundo.

Fin
"La crueldad es humana, 
la compasión, divina"


Hay personas como Pepe, que viviendo fuera de sus ciudades, se ofrecen voluntarias por diferentes motivaciones, a convivir con los mayores. Y hay mayores como el señor Ramón, que con valentía admiten que necesitan compañía, también por diferentes razones.
En la actualidad varias universidades españolas tienen vigente este tipo de proyectos que funcionan con éxito para jóvenes y ancianos que viven y conviven en paz, acompañados y compartiendo sus mundos.

Tania A. Alcusón

TE ODIO

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Llevo varios días intentando desechar de mi mente la opción de volver a verte. Me resisto a ella. Mientras busco, vehemente, una alternativa a volver a tus manos de nuevo...

La necesidad de saber que estarás a mi lado, si te requiero con urgencia, conlleva un coste demasiado alto para un cobarde como yo. Pero soy muy consciente de que a pesar de tu mala reputación, para mí, eres imprescindible en este entorno insano que me rodea. Mi pretensión de olvidarte ha hecho que el dolor palpite en mi cabeza, que me vuelva loco pensando en otras posibilidades, que trate de arrancarte de mi recuerdo como a una mala hierba que pretende pasar inadvertida entre los recuerdos de días más felices sin tanto tormento... Pero, a pesar de todo, necesito volver a ti.

Me estremezco sólo de recordar tu tacto frío, tan estéril, mientras me clavas la mirada y te mueves con destreza sobre mi piel. El olor a alcohol que desprende tu ropa y que perdura con tu halo cuando pasas ante mí, me resulta muy desagradable. Deja poco lugar a mi imaginación sobre lo que has estado haciendo con otros antes que conmigo, y lejos de ser celos, me hace sentir inseguro ante tu presencia. 


Eres la droga que adormece el gusto de conocerte, a causa de la sensación de abandono que me dejas siempre tras un rato contigo. Y cuando creo que ya he satisfecho mi necesidad, ¡pobre tonto!, cuando creo que he recuperado las fuerzas para salir de tu morada sin que las rodillas me tiemblen más, me esperas, como siempre, con una sonrisa a la salida de tu consulta para citarme una próxima vez. 
Siempre hay una próxima vez. Siempre debes revisar con posterioridad tu trabajo, cobrando por cada nueva visita, por cada nuevo tratamiento, por cada extracción que realizas con despreocupación. Todo para que yo consiga mi tan inalcanzable sonrisa perfecta.
Eres fundamental en mi presente, pero nada es gratuito en esta vida. Vas a costarme una fortuna, maldito dentista. Te odio.

Tania A. Alcusón


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CÍRCULO VICIOSO

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Necesito escribir de nuevo en tus páginas. Vuelvo a ti, después de años sin tocarte y sin dejar ni huella, desde que el doctor me dijo que ya no era necesario anotar más mis sentimientos ni releerme día a día. Y hoy vuelvo con algo que sé que puede resultar demasiado impactante de releer para mí a posteriori. Quizás irreal. Pero lo cierto es que ahora lo recuerdo todo de manera muy confusa, y antes de olvidarlo, quiero dejar constancia de lo que he ¿visto? ¿soñado? No soy capaz de distinguir si fue una oscura pesadilla o un reflejo de una realidad oculta ante mis ojos. Fuese lo que fuera, permanece como un eco que me retumba en la cabeza. No sé si podré sacarlo de una manera fiel…

Llevaba varios días sin disfrutar de un sueño placentero, intentando sobrevivir a jornadas intensivas de citas interminables de marketing y a trabajos nocturnos malpagados y ruidosos. No recuerdo dormir bien en mucho tiempo y el cansancio empieza a hacer mella en el umbral de la consciencia cuando se abusa demasiado.
En verano, las terrazas de los pubs se llenan de gente que demanda servicio de alcohol a discreción y comida basura hasta el amanecer. Yo lo puedo aprovechar para sacar un sueldo extra aún a costa de no descansar en varios días seguidos. Esa es mi rutina de verano desde hace unos cinco años, y la verdad es que luego me va estupendo para obtener los beneficios de la hormiguita durante el invierno.

Suelo volver andando a casa sola, haciendo repaso del día, pero esa noche quise coger el tren porque estaba lloviendo y no quería atravesar el parque. No hacía frío, pero esas tormentas de verano te empapan clavando sus gotas gordas y punzantes hasta dejarte chorreando, mientras salpican en la tierra llenándote los dedos de los pies de arena que se pega a través de las sandalias. Además era especialmente tarde, y ya iba justa de tiempo para alcanzar el último tren.

Cuando bajaba a los andenes, me di cuenta con disimulo de que una pareja que estaba apoyada en la pared, se mecían el uno contra el otro con lujuria. No había nadie más en la estación, y escuchaba perfectamente sus gemidos contenidos. Parecían llevar un buen calentón encima,  y yo no podía evitar mirarlos de reojo mientras buscaba un asiento tras una columna para que no pudieran verme.


Ella llevaba una minifalda de cuero que dejaba ver el pliegue de su culo cada vez que él la apretaba contra su cuerpo. Y él, con sus pantalones beige y una camisa desabrochada en la parte superior del pecho, llevaba un colgante de oro bastante grueso que llamaba la atención. No pude distinguir, entonces, qué era aquello pero parecía una alianza. Y ella la tocaba continuamente, acariciándola, para limpiarse la mano en la falda inmediatamente después. Me pareció un ritual muy curioso, y más dado que el hombre, no sólo no parecía darle importancia sino que le sonreía como un tonto cada vez que lo hacía.
Hablaban en otro idioma, parecía caucásico, y rían a cada minuto. En un momento dado, cuando él quiso meter sus manos por debajo de la falda, ella soltó una carcajada retirando sus manos con cachetes cariñosos. Fingiéndose ofendida mientras sonreía divertida, se separó un poco de él dándose la vuelta. No era guapa y tenía la piel algo estropeada, además, me pareció mayor de lo que aparentaba por su buen cuerpo y su manera de vestir. Parecía buscar algo en su bolso y se entretuvo unos minutos. Supuse que sería un condón y me agobié pensando que iban a montárselo allí mismo, delante de mí.
Pero de espaldas a él todavía, y para mi sorpresa puesto que estaba de cara a la posición donde yo me encontraba, lo único que sacó fue una jeringa con un líquido blanco dentro, que en un giro rápido, clavó acertadamente en el pecho de él. Lo he visto hacer en películas cuando ponen inyecciones de adrenalina a alguien que ha sufrido un paro cardíaco o una sobredosis de heroína. Él, estupefacto, ni siquiera reaccionó al momento, sólo vi sus ojos entrecerrarse mientras se dejaba caer por la pared sin poner oposición, sin fuerza alguna.
Con cuidado, ella lo sujetó y lo ayudó a tumbarse en el suelo, mientras él balbuceaba horrorizado intentando agarrarse a ella sin lograrlo. Ella, sonriente, sacó un cutter, de esos que tienen hoja muy fina y precisa, y mirándole con una extraña ternura, comenzó a desabotonarle la camisa cortando los botones directamente. Puso el colgante sobre su pecho, bien centrado, y comenzó a hacer una serie de movimientos rápidos y secos con la hoja de acero sobre el torso desnudo. Parecían cortes al azar, pero el colgante ni se movió de su sitio. Él intentaba gritar patética e inutilmente mientras ella seguía concentrada en su tarea, incidiendo con más fuerza en los cortes iniciales.

Y yo… estaba absorta, asustada, sorprendida e hipnotizada con la escena. La sangre oscura resbalaba formando hilos que ella seguía con el cutter, hasta llegar al suelo formando pequeñas salpicaduras rojas. La mujer se puso en pie, y al retroceder de espaldas resbaló en la sangre cayendo hacia atrás. Enseguida se levantó y se apartó unos metros más de él. En la distancia, con ojos vidriosos, parecía estudiar lo que había hecho mientras  mantenía una sonrisa extraña viendo cómo el hombre se retorcía vagamente en el suelo.
Y volvió a meter sus manos en el bolso… Ese bolso rojo: saco sin fondo, tan inusual en contenido y tan corriente en su continente a la luz del día.
El corazón me saltaba en el pecho cuando sacó una caja metálica que contenía alambre de espino enrollado. ¡¿Alambre de espino en la ciudad?! ¡Qué locura!
Él, casi había perdido la conciencia, por lo que seguía sin oponer ninguna resistencia cuando ella empezó a rodear su cuello con el alambre. El primer tirón quedó tenso sobre la piel, pero en el segundo tensado, varios pinchos mordieron la piel apretando hasta abrirse paso, y algunas gotas de sangre salpicaron la camiseta clara de ella. Recuerdo la pierna temblando en la tercera sacudida del alambre... Una línea fina de sangre se dibujó en la garganta de la víctima y su pierna seguía temblando con sacudidas espasmódicas.
Cuando los movimientos cesaron, ella apartó la alianza a un lado, y con el cutter comenzó a desollar la piel donde, segundos antes, se había apoyado la joya. Alguna sacudida más de pierna, pero había un silencio absoluto sólo interrumpido por ella mientras canturreaba y por mi respiración acerelada que tronaba en mis pensamientos. Volvió a dejar el anillo sobre la parte despellejada. Observó, alzándolo, el trozo de piel que había arrancado y lo colocó sobre los labios de él, fijándolo con grandes alfileres rojos sustraídos, con mano rápida, de uno de los bolsillos exteriores del bolso. A la altura de cada una de las costillas -ella continuaba con su juego ladeando la cabeza y mordiéndose la punta de la lengua- hizo unos cortes profundos, que hicieron rechinar la cuchilla contra los huesos.
Acto seguido, se incorporó y volvió a separarse unos metros. Dió unas palmadas con alborozo y realizó una llamada. Al momento, bajaron dos guardias de seguridad que retiraron el cadáver de la estación. Sin preguntas, sin miradas, con total normalidad. Ella fue detrás de ellos y las luces de la estación se apagaron.
Y yo debí desmayarme porque no recuerdo ni siquiera cómo salí de allí...

Podría haber sido una ensoñación. ¡Ojalá lo hubiese sido! En cualquier caso, estuve varios días de baja por estrés y, por supuesto, no he vuelto a bajar a la estación. No tenía claro lo que había ocurrido, y en ningún momento posterior he visto ninguna noticia relacionada con aquella noche. Como si no hubiese ocurrido jamás.
Pero esta tarde alguien ha dejado en la terraza del bar una revista del suplemento dominical ¡Ay, Dios, reproduzco aquí lo que ponía!

 “Círculo vicioso”, la obra prima de la artista Anne Kostonova, levanta controvertidas críticas sobre el amor y su efecto bucle en las emociones. La autora de tan original obra, dice haberse inspirado en una antigua relación rota en la que quedó atrapada emocionalmente una y otra vez contra su voluntad , por puro vicio afectivo.                  La obra, que ha levantado ecos airados en la sociedad más conservadora por considerarse inmoral e indecente, muestra una cabeza mutilada unida a un torso desnudo masculino con una apariencia inusitadamente real, cuyo único adorno es una joya al cuello. El hombre, con las cuencas del ojo vacías y los labios cosidos a un corazón de piel, representa, según palabras de su creadora, al amor ciego, y las palabras que ya no son necesarias cuando los corazones quedan unidos por el círculo vicioso del amor.

¡“Círculo vicioso” lo ha llamado, la cabrona! Una imagen obscena, con una alianza en el cuello descarnado, me miraba desde la foto de la muestra de una exposición de arte. Aún sigue grabada en mi retina, eso sí que no podré borrarlo de mi mente.


Tania A. Alcusón


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Podéis encontrar este relato en el blog de terror FanZine, una conocida revista bimensual donde encontraréis una gran selección de buenos textos, cómics, poesías, ilustraciones y más, todo en relación con este sentimiento que nos aterra pero que nos atrae irremediablemente... El Terror...

ESPERANZA

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     Caía el sol en el paseo marítimo. Al tiempo que una brisa ligera comenzaba a refrescar, Inés se echó el chal sobre los hombros descubiertos. Hacía varios años que no disfrutaba de la feria como lo había hecho antaño: un algodón dulce en una mano y un marido sonriente en la otra. Hoy podían parar en cada puesto ambulante para asombrarse con los objetos que había a la venta. O probarse sombreros para, finalmente, no elegir ninguno. O jugar a sortear a los niños que venían corriendo de frente en grupos de tres o cuatro… Podían hacer lo que quisieran porque ya no eran reconocidos por nadie.
La que en otro tiempo era conocida nacionalmente como “La Musa” por sus grandes papeles en la escena del espectáculo, resultaba ser ahora una mujer normal. Bastante atractiva y muy bien conservada para su edad, ya que después de su último papel hacía diez o doce años, se retocó un poco el pecho y se hizo un lifting facial. Siempre había trabajado duro por mantener su físico impecable, pero después de aquel último papel recibió varias críticas a su edad, a algunas arrugas, a algunas partes descolgadas… y aquello fue su sentencia final. Desde aquellos comentarios, e incluso sabiéndose públicamente que ya había pasado por quirófano, no le volvieron a ofrecer ningún papel principal. Y, por otro lado, su ego le impedía aceptar secundarios. ¡Ella era La Musa! No debía rebajarse aún porque podría perder su caché, y quizás todavía hubiese alguna posibilidad de reaparecer en el panorama.

    La feria era una fiesta para los sentidos. Todo estaba bañado en vivos colores, inundado en la luminosidad que desprendían pequeñas bombillas que saturaban las atracciones y los altillos de los puestos; el suelo retumbaba porque todo era muy ruidoso y los olores podían llegar a embriagar. Los vendedores gritaban su mercancía buscando curiosos que se acercasen a mirar. Los puestos de comida chistaban con sus freidoras industriales y desprendían hedor a fritanga. Y grandes máquinas, cargadas de pasajeros intrépidos y gritones, movían sus goznes al son que marcaba el feriante animador del paseo.
Había tanto bullicio que “La guarida del mago”, un pequeño tenderete improvisado con grandes telas oscuras y dos pequeños farolillos, quedaba disimulado entre la arboleda al borde del camino. De hecho, no se hubieran fijado en él si no fuera porque un joven mago, que en ese momento se encontraba en la puerta haciendo juegos con unos naipes en solitario, levantó la mirada y se encontró con la de Inés. Surgieron chispas de esa mirada; decía todo y nada sobre él y desvelaba el futuro que ella, desconcertada por la situación, deseaba descubrir.

— ¡Pasemos dentro, Pedro! ¡Venga, vamos a ver qué nos depara el futuro!
—Vamos Inés, ¡que no somos unos críos! Sigamos hasta el muelle y luego nos volvemos a casa… Hoy preparo yo la cena, ¿qué te parece?
— ¡Ay, no intentes despistarme! De verdad, Pedro. Quiero entrar.
—Ya sabes que a mí estas cosas no me gustan, cariño. Si quieres entrar, pues adelante, pero yo te espero en esa terraza de ahí enfrente con una cerveza. ¡No te dejes engatusar!




    El joven mago había entrado ya, y nerviosa, Inés, se adentró detrás de él. No tenía muy claro qué andaba buscando, pero sabía que ese chico la iba a ayudar a encontrarlo, fuera lo que fuese.
—No se deje impresionar por mi humilde puesto, señora, y tome asiento, por favor. Ambos sabemos que tengo las respuestas que usted anda buscando.
—Dime chico, ¿tan claro lo has visto?—Estaba sorprendida. Sólo podía mirar a los ojos de ese joven, la verdad es que no le interesaba mirar nada más. Sabía que las respuestas estaban ahí, tras las pintitas verdes de su iris. Pero aún desconocía las preguntas.
—Sí. Anda usted con la mirada perdida. Busca algo que no encuentra, o lo anhela. Quizás ya fue suyo alguna vez...
— ¡Intrigas! Eso es fácil de acertar… ¿Quién no anda buscando algo en la vida? Muéstrame lo que puedes averiguar de mí y déjame ir. Mi marido me está esperando fuera.
—De acuerdo, de acuerdo. Debe saber que apoyo mis intuiciones con varios métodos, pero mis grandes aliados son las cartas y la bola de cristal—. Explicaba mientras destapaba una gran bola de cuarzo sobre la mesa y acariciaba sus cartas medio desdibujadas. —Ahora mismo, actualmente, lo que puedo ver es una gran decepción. Usted no es feliz—. De repente, bajó la mirada hacia la bola y entornó los ojos. —La veo haciendo aspavientos exagerados en una habitación. Parece una sala de estar. Se mira en un espejo y hace muecas: ahora sonríe, ahora llora, ahora se enfada. Baila sola en la estancia. Luego para, se sienta en un sillón y se cubre la cara con las manos. Llora de verdad. No es feliz.
Los ojos de Inés se cargaron de lágrimas que no llegó a derramar por el momento.
—La veo a usted mirando el buzón todos los días, conectándose a su correo electrónico y mirando continuamente su teléfono… Espera noticias de alguien. O que suceda algo.
—No sé qué más puedo hacer. He tocado todas las puertas, he llamado a todos los teléfonos, ha hablado con todos los contactos… y nadie me valora ya—. Inés sollozaba. No se daba cuenta que no era al mago al que hablaba, sino a sí misma.
El mago lanzó cinco cartas en la mesa en una disposición conocida para él, y siguió interpretando:
—Señora, usted ha sido una inspiración para muchos. En el pasado ha sido una mujer llena de éxito y muy dichosa. Ha hecho feliz a mucha gente y gracias a usted, salieron adelante proyectos de varias personas a las que luego ha hecho ricas. La veo en un trabajo de cara al público, en el que usted se entregaba al completo. Era muy apreciada en lo que hacía.
—Sí, esa era yo. “La Musa” me llamaban—. Inés seguía sollozando perdida en sus recuerdos.

     De repente, el chico frunció el ceño mientras seguía leyendo sus cartas. Rápido se giró hacia la bola, y más despacio se volvió hacia las cartas. Subió la mirada al techo, como recordando algo, y volvió a bajarla hacia las cartas. Y otra vez hacia la bola. Parecía que algo no le cuadraba. Estalló en carcajadas.
—No se ponga triste, señora. ¡La misma dicha que tuvo en su pasado aparece de nuevo en su futuro! ¡Es estupendo! ¡Qué destino tan curioso tiene usted! La veo siendo una nueva inspiración para otros muchos. Gente que ríe con usted y a los que hace felices. La veo entregada a su público, y a un público entregado a usted—. El mago sonreía con sorna —. Lo más increíble es la bola roja, tan perfectamente marcada, que aparece en su nariz mientras actúa para los abueletes… ¡Usted volverá a ser feliz de nuevo!

     Inés no daba crédito a lo que oía, ni a las risotadas del chico. Se le veía completamente orgulloso de su interpretación, pero incluso a él se le hacía extraño el resultado. ¿Sería posible? ¿Terminaría haciendo sus papeles para unos ancianos? Nunca se lo hubiese planteado siquiera. ¿Para ancianos? Pero el hecho de imaginarlo pareció calmar su alma. De repente se sentía en paz. La querrían de nuevo ¡claro que si! No los de siempre, sino un público que se entregaría a ella una y otra vez…
Tras un silencio incómodo, el mago se dirigió a ella nuevamente:
—Ahora, señora, me puede dar usted la voluntad. Aunque con esa sonrisa que porta y el saber del trabajo bien hecho, ¡me doy por satisfecho!—Profirió el joven, orgulloso.
— ¡Jajaja! No eres mal chico. Me has devuelto la sonrisa, y la esperanza en mi futuro —decía Inés mientras sacaba un talonario del bolso— Esto es sólo una muestra de mi gratitud. ¡Nunca podré pagarte lo suficiente! Y creo que tú nunca entenderás por qué.

Y salió de allí con la cabeza bien alta.





Tania A. Alcusón

AUTÉNTICO

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     Hace ya varios meses que Raúl se mueve con un coche nuevo. Es un deportivo último modelo rojo burdeos que hace girar la mirada a todo el que le ve pasar.
También acaba de estrenar un chalet con varias hectáreas de parcela en una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Y levanta envidias entre sus conocidos por todo lo que posee. 
Mientras su móvil, inteligente entre los inteligentes, archiva sus citas, una tras otra, que deja acumular con desdén en el olvido. No necesita saber nada de los demás, ¿qué más le pueden aportar?

    Pero cuando se encuentra en su casa, desnudo sin sus relojes de piel y oro, sin camisas de seda o gafas de moda, sin el orgullo que le impide mirar más allá de su propio ser; con frecuencia se pregunta avergonzado, contemplándose con la mirada baja en el espejo, en qué momento dejó atrás el orgullo de mostrarse al mundo sin adornos. Se culpa por la pérdida de su propia autenticidad vendida a la vanidad por precio simbólico.

Tania A. Alcusón




BAJA MORAL

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—Aura, yo…—Val sonaba confuso mientras su mano enlazaba la de la chica. Se preguntaba hasta qué punto ella era consciente de sus recientes confesiones. Decía que lo había escuchado todo pero quizás ni siquiera lo había oído completamente, o quizás habían sido sus palabras las que la habían despertado de la convalecencia. Lo importante ahora era que ella ya se encontraba entre todos de nuevo, y según los pronósticos de Elever pronto estaría recuperada del todo.
Por lo que él alcanzó a ver cuando alcanzó a Aura, Azazel el demonio traidor, trataba de embaucarla para poseerla y quitarle las piedras, pero ella se resistió a entregarse, y entonces él quiso tomarla a la fuerza y fue cuando Val apareció y tuvo lugar la lucha. Quién sabe con qué trucos o chantajes la habría arrastrado a su lado en aquel punto del bosque. Era imposible que ella hubiese acudido voluntariamente. Y lo que es peor, hasta dónde hubiese llegado para poder conseguir lo que andaba buscando. Aunque lo más evidente parecía ser que había sido gestado en contra de la voluntad de Luzbel, podría tratarse de una estrategia pactada para desmembrar al grupo y obtener información sobre las futuras localizaciones de las bestias faltantes. Al fin y al cabo, Luzbel ya había intentado acercárseles (y despistarles) utilizando el recuerdo de Atanasia.
Aura se había convertido en una pieza clave dentro del grupo de supervivientes y Luzbel y sus secuaces lo sabían bien.

     Mientras tanto, Eric se encontraba fuera de la tienda donde Aura volvía en sí. Escuchaba el alboroto que salía de allí, pero él no quería entrar porque sabía que no podría controlar sus instintos. Quería a Aura, ahora todos lo sabían, pero no iba a poder entrar sin reprocharle su falta de criterio y de responsabilidad con el grupo adorando sin medida a ese Val distante. Aunque entendía que lo raro hubiese resultado que no ocurriera, puesto que la personalidad y el talante de Val realmente resultaban cautivadores aún con lo reservado que era. También se encontraba allí dentro el propio Val, que tenía la situación en su terreno. De él dependía que Aura fuera feliz, sólo de él. Por eso Eric se sentía inferior, sentía una gran rabia contenida a la que no iba a poder dar salida. Pero por el aprecio y el respeto que el líder se había ganado, nunca podría disparar su envidia contra su rival. Ahora se encontraba tan dolido y confuso con la situación, que por su mente sobrevolaba la idea de abandonar el grupo. Sabía que él también tenía una función importante, y de hecho no dejaría atrás su responsabilidad en todo este cometido, pero no iba a ser junto a los demás. Prefería luchar sólo, en la distancia, y revolcarse en su veneno antes que volver a sentirse parte conjunta en todo aquello para descubrir con amargura que sólo era una marioneta más de los arcángeles y del Altísimo para ayudarles a conseguir a sus malditas bestias…

     Aura contó a todos lo que ocurrió con Azazel, y los demás escuchaban sorprendidos sacando sus conclusiones, desde la perpetración del engaño sufrido por Orpra para ganar la Bestia de la Destrucción hasta el posterior soborno a manos de Azazel a cambio de las gemas y de su propio cuerpo. Sobre este último punto Val estaba leyendo entre las palabras no pronunciadas por Aura. En la historia había algo más que ella no contaba. Se dio cuenta de que Azazel realmente hubiera deseado que Aura le correspondiera más allá de conseguir las joyas, sino porque se había encaprichado de ella. Podría haberle ofrecido esa vida de ensueño que le prometió, y quizás Aura podría incluso haberla disfrutado. ¿Era ese el problema? A lo mejor Aura hubiese seguido adelante si él no se hubiese interpuesto. De repente, ahora que todo se había aclarado a la vista de todos (aunque ellos todavía necesitaban hablar a solas) Val se sentía con más dudas que nunca. Comenzaba a dudar del amor de Aura, y lo que era peor, de que él mismo pudiera ser lo que ella estaba buscando…
Su misión de salvar al mundo ocupaba ya un lugar secundario en su mente. No podía concentrarse en lo que estaba por venir, sólo tenía pensamientos para Aura y su futura, o no, relación. Su cara comenzaba a contraerse en una mueca desconfiada mientras oía de lejos la voz de Aura.

     Laela vivía la escena desde una esquina de la habitación. Notaba a Aura demasiado despierta cuando apenas habían pasado unas horas desde que despertara. Parecía forzar sus palabras y fingir una alegría que no sentía, aunque los demás parecían no percatarse. Y no sería algo negativo de no ser por la contraposición de un silencio interior que presentía en algunos de los presentes. Por un lado, aunque Val tenía cogida la mano de la jóven, mostraba una falta de consejo que resultaba alarmante. Estaba abstraído en sus pensamientos. Un líder no podía permitirse ese tipo de escarceos con sus responsabilidades, debía mantenerse al cien por cien con ellos. Con todos en la lucha. Pero él estaba ausente, eso ya lo estaba notando Laela. Por otro lado, Elever tampoco daba crédito a la rápida recuperación de Aura, y hacía pequeños ruidos de negación con su garganta en algunos momentos de la historia de Aura que delataban que no estaba dando todo el crédito que debiera a lo que oía. Probablemente también sintiera esa suspicacia hacia la extraña y exaltada actitud de Aura, como le ocurría a ella misma. Elidi también se encontraba de cuerpo presente, pero tampoco decía nada. La energía que transmitía era agitada, nerviosa. ¡Se sentía amenazada por la pequeña Aura! Tan sólo los gemelos, Polcar y Roncel, a los que tenía sujetos cariñosamente por los hombros, daban grititos y saltos de alegría cuando Aura escenificaba sus esperpénticas exclamaciones en medio de su relato. Flora, su hermana, tan solo escuchaba y hacía pequeños comentarios. También era sabia e intuía que debía andar con tiento ante Aura, que cualquier pequeña confusión la pondría en contra suya.

     Kaal paseaba por las inmediaciones del campamento cuando vió de lejos como Metatrón y Luminiev debatían airados junto al río sobre el próximo emplazamiento de la siguiente bestia:
—Debes recordar que en la próxima gibosa iluminante de la luna aparecerá la preciosa bestia de la Sabia Inocencia. No podemos mover el campamento ahora mismo, puesto que Aura necesita más reposo o no estará en condiciones de ser nada más que una carga añadida al grupo. Esta noche es el cuarto creciente, así que aún disponemos de un día más como mínimo para descubrir la localización exacta. Aún puede aparecer en los cinco siguientes días y debemos estar preparados. Además el grupo debe tomar fuerzas y recuperar la confianza. Desde la aparición de Orpra, y sus oscuras artes para sacar lo peor de cada uno, no han vuelto a levantar el mismo ánimo con el que partían hace unas semanas, cuando se creían invencibles.
—Me temo que los cuatro demonios cuya misión es atacar a los humanos, no han hecho aún todas sus intervenciones, ya que el único que ha dejado ver claramente sus artimañas ha sido Orpra. Los demás no deben andar lejos y debemos prevenir al grupo sobre ellos. No sabemos cómo van a atacarles la próxima vez, pero los ataques cada vez serán más fuertes y ellos se encontrarán cada vez más débiles… Lucharemos con ellos hasta el final, con el triunfo de la luz como meta, pero puedo sentir su desaliento en la luz interior que desprende cada uno y no resulta nada esperanzador.

Kaal volvió al campamento, cabizbajo. Sin fuerzas y sintiéndose ya derrotado. No podrían continuar la lucha, las esperanzas estaban perdidas incluso para los ángeles protectores que les acompañaban y guiaban. ¿Cómo iban a poder salir airosos si ni siquiera los que tenían más poder lo veían claro?


     Pártalax, uno de los cuatro demonios escondido tras una roca grandiosa que protegía el campamento por la parte trasera, había mutado su apariencia a la de un gran cuervo negro. Y sobrevolando sus cabezas, a plena luz del día mientras murmuraba unas palabras extrañas, iba a dejar que la desazón acampara también entre los supervivientes. Dejaría actuar a su magia y ellos mismos, sin saberlo, serían el detonante de tan devastador hechizo. Sólo harían falta unas pocas horas y ellos mismos se darían cuenta de que no tenían ya nada que hacer contra los ejércitos de las sombras.





     Los gemelos jugaban tranquilos junto a la fogata de la cena cuando volvieron Metatrón y Luminiev. Todo parecía sosegado. Pero no vieron a nadie más junto a los niños. Se preguntaron dónde se encontraban todos los adultos, pues había muchas cosas que hablar todavía, y debían prepararse para una nueva embestida de las tinieblas.
Cuando preguntaron a los niños, que jugaban con unas ramas retorcidas simulando las batallas que habían visto, éstos les dijeron con expresión confusa que todos parecían tristes. Polcar dijo en un susurro que había visto llorar a lo largo del día a Eric, a Elidi y a la propia Laela, pero que nadie quería decirle por qué todos estaban tan abatidos.
Metatrón levantó la vista alarmado, tratando de buscar a todos en la distancia. Si Elidi estuvo llorando es que algo muy malo se estaba gestando en el campamento. Había visto algo con sus ojos ciegos o habría tenido alguna revelación que la había dejado sobrecogida. Debían encontrarla.

     Al primero que vieron fue a Eric, que se encontraba escondido y agazapado tras un gran árbol. Cuando se dirigieron hacia su posición él se contrajo sobre sí mismo, no quería hablar con ellos. —Eric, no debes desfallecer, tienes un papel primordial en esta guerra y debes continuar siendo la mano derecha de Val. Te necesita más que nunca—.Le dijo Luminiev tratando de ponerle una mano sobre el hombro en un gesto tranquilizador. La respuesta de Eric no se hizo esperar: su cuerpo se encogió aún más pero continuó con la cabeza agachada y sin decir palabra alguna.
—Vamos Eric, todo se puede hablar entre vosotros, ¿qué te ocurre que es tan grave como para no querer hablar con nosotros?
Lentamente Eric fue levantando la mirada hacia ellos, mientras en su cara se adivinaba una mancha gris en la parte derecha. Les miraba sintiéndose culpable, y levantó hacia ellos el dorso de su mano izquierda que también presentaba esa mancha grisácea.
—No sé qué me ocurre, pero esto puede ser contagioso. Cada vez se está extendiendo más. Lo siento pero no pienso volver al campamento.
—Elever es un gran curandero, él puede ayudarte y lo sabes. Quizás conozca el origen de lo que te está pasando. O incluso mejor, podría conocer el remedio… Si has comido algo en mal estado, o algún animal te ha lanzado su veneno…
— ¡Dejadlo ya! ¡Esto sólo es el castigo a mis pensamientos oscuros, que se han visto reflejados en estas manchas grisáceas!
—Debemos saber qué te ocurre, quizás sea alguna treta de las tinieblas para hacernos débiles…
— ¡No! Por si os interesa, estas manchas duelen, ¡y duelen mucho! El dolor sale desde dentro, y hacia fuera… pues hacia fuera es lo que veis. Y desde ahí no podéis olerlo, pero es repugnante. ¡Mi piel se está pudriendo, puedo sentirlo! Así que dejadme aquí sólo con mis miserias. Podría poner en peligro a todos. No merezco un trato diferente.

     Contrariados, los arcángeles se dirigieron a la tienda de Elever. Debían contarle lo ocurrido con Eric, además de alertarle sobre el estado apagado de todo el mundo. Le dirían lo del llanto de Laela. Eso ya eran palabras mayores y además no la veían en ninguna parte. Se cruzaron con Elidi cuando se dirigía a los gemelos enfadada. Debían dejar de jugar ya, les gritaba, estaban incomodando a todos los que necesitaban un poco de paz.
—Elidi, ¿que está ocurriendo? ¿Qué ha pasado aquí esta tarde que todos os encontráis diseminados por el campamento y con esas caras largas? ¿Has visto lo que le ha ocurrido a Eric?
—No sé a qué os referís, pero si queréis hablar con Val o Aura, se encuentran en la tienda de Elever. Aura aún no ha salido de la cama pero sigue hablando de ensoñaciones y espejismos. Y repite una y otra vez que sabe lo que debemos hacer y que conoce el plan de Luzbel… Yo creo que aun no se ha recuperado del todo. ¡Niños, basta ya! ¡Venid aquí!
Los pequeños se acercaron corriendo haciendo pequeñas bromas entre ellos, y cuando llegaron donde se encontraba el trío, pidieron perdón por el escándalo y bajaron la mirada avergonzados. De repente, Roncel tiró de la manga del brazo de Polcar, y con un gesto de la cabeza señaló el empeine de uno de los pies de Elidi. Polcar se agachó despacio sin decir nada y tocó con su dedo índice la pequeña mancha gris que comenzaba a abrirse camino en la piel de su amiga. Al sentirla blanda, apartó el dedo sacudido por una corriente de repulsión. Instintivamente se llevó el dedo a la nariz para olisquear lo que había tocado y un olor fuera de lo común le hizo reprimir una arcada.
Elidi sacudió el pie en el mismo momento del roce, fue como si le hubiesen clavado una aguja sobre una herida abierta. Aunque hasta ahora no se había dado ni cuenta de lo que tenía en el pie.

     Ahora sí estaban asustados los arcángeles, debían juntar al grupo. Estaba claro que podía ser algo contagioso, pero ni siquiera ellos mismos tenían conciencia de lo que tenían hasta que no se hacía una mancha evidente según parecía. En seguida cogieron a los gemelos y los zarandearon en busca de manchas también en sus cuerpos, pero no las veían. Era extraño. Y mientras los movían y los desvestían, los niños no paraban de jugar, ajenos a la alarma que se estaba creando. Nada, nada sobre los niños.
Presentían que Laela también tendría sus marcas. A lo mejor por eso lloraba… Y no andaban mal encaminados pues a los pocos minutos apareció mirándose los brazos que presentaban pequeñas manchas, no mucho más grandes que lunares, muy juntas unas de otras.
— ¡Por fin, ya estáis aquí! Mirad lo que me está saliendo en los brazos desde esta mañana. No lo entiendo, no toqué nada en el bosque y la comida ha sido la misma para todos… Elever no sabe qué puede ser tampoco. Ha tocado y dice que es blando al tacto. A mí me duele al tocarlo. Elever dice también que huele mal a putrefacción. Puede ser alguna enfermedad enviada por las tinieblas. Debemos revisar los cuerpos de todo el grupo…—Hablaba rápido, casi sin pensar.
—Laela, ¿has estado llorando esta mañana? ¿Qué ha pasado? ¿Qué has visto? Los niños han dicho que estabas muy abatida.
Sorprendida por la pregunta, calló al instante y bajó la mirada.

Tania A. Alcusón


Este texto forma parte de un ejercicio conjunto: La historia enlazada. La historia completa se encuentra publicada en el blog de Adictos a la Escritura.

HECHIZO DE LUNA

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De noche, en Egipto, con mi flamante marido de sonrisa reluciente en la habitación esperándome. Lo odio. No quiero volver a mirarlo más. Sólo pienso en el momento de volver a casa para deshacer este entuerto. Tengo que darle una lección…

Anoche paseaba despacio, casi arrastrándome, para no saturar mi mente con más preguntas retóricas y vertiginosas. Las respuestas no acudían, sólo arcadas.
Andaba en silencio para que no despertase mi furia. Para que nadie despertase con mis lamentos.
Caminaba sola para no traer como compañeros indeseables a los demonios que le había dejado en la habitación del hotel. ¡Que se quedaran con él!

Y la luz de la luna, esa blanca y gorda de allí arriba, me escoltaba por estas tierras mágicas y desconocidas. Me inundaba con su energía traicionera y me insinuaba al oído extrañas soluciones a mis problemas. Incluso exprimiendo todas mis buenas intenciones, yo sólo era capaz de encontrar en mí resquicios de lo que en otro tiempo fue nuestro amor. Estas cálidas tierras que soportaban mis pies enfebrecidos por las altas temperaturas de mi ira interior, acogían respetuosas mis pasos tristes pero firmes mientras se hundían en los recuerdos, en las esperanzas, en las decepciones y en el dolor.

La que iba a ser una luna de miel de ensueño se había convertido en un sol de espanto con excursiones contratadas sin tregua. Probablemente elegidas para evitar que nuestras cabezas dieran más vueltas sobre el asunto. No tocarnos en todo el viaje y bajar las miradas cuando éstas se intentaban cruzar, ese era el pan nuestro de ese viaje. Estaba resultando una parodia del cuento de hadas que me había prometido.
Cabrón mentiroso…

Y hoy, bajo un sol que derrite el asfalto, no puede ablandar lo más mínimo de mi coraza guerrera, estoy decidida a que mi marido no se olvide de su promesa. No ha servido de nada tratar de templar mis nervios contra un desafío inminente. Delante de todos, lamerá de rodillas el sabor amargo de mi venganza… Debe ser algo imprevisible. Un revés que le haga poner, involuntario, la otra mejilla.
El faraón será mi testigo de honor. En la sala de ofrendas de su templo de Abu Simbel, en la excursión de hoy, tengo algo que ofrecerle. Y tanto Ramsés II como sus dioses Ra, Ptah y Amón recibirán un presente digno de la mayor de las divinidades.
Desde la universidad conozco la cultura egipcia a la perfección. El estudio de Antropología es lo que tiene. Leí y estudié sobre sus gentes y sobre sus dioses en su día,  y ahora me documenté especialmente para este viaje: El gran dios, el dios de la oscuridad y el dios oculto, adorados por un faraón que se creía el mismo hijo de dios en vida. Todos juntos en un templo… En un emplazamiento ideal para tratar de canalizar toda la energía que tiene este lugar en mi propio beneficio.

Primero, en el santuario del templo contaré a las divinidades el por qué de mi ofrenda, y cuál ha sido mi ofensa. No hará falta hablarles en voz alta. Todavía no. Ya sé cómo va esto.
Anoche la luna me inspiró en los símbolos que debía dibujar en mi cuerpo para poder absorber todo el flujo de corriente que el templo me ofrecería. Me susurró la medida más efectiva y extravagante para nuestro problema marital.
Tendré que explicar a las deidades que después de prometerme, ante tanta gente, su amor más puro y eterno, descubrí al mentiroso en el hotel con la camarera de habitaciones. ¡Cómo se empeñaba en decirme que no era lo que parecía, que no pasaba nada, que no volvería a ocurrir! Que fue ella la que lo sedujo para que la sacara de allí, me decía. Patético.
Inesperadamente, cuando les sorprendí en el cuarto de la limpieza, apoyados sobre las estanterías, la expresión que él tenía no era lujuria, ni era amor. Ni siquiera era ternura. ¡Era todo y nada, era mera adoración! ¿Pero cómo había podido? ¿Desde cuándo? ¡Si solo llevábamos allí cuatro días! La cara de ella, de total satisfacción, con una sonrisa desdeñosa mientras se abrochaba los botones y se colocaba la falda rápido, hablaba de unas intenciones efímeras. Para acrecentar mi humillación, ¡la gobernanta del hotel pasaba por el lugar y lo vio todo! Las miradas y las muecas del personal en el hotel no han vuelto a ser iguales hacia mí. Y no son de mofa, no. Más bien de lástima. Lo odio tanto…

Segundo, en la zona del templo solar, bajo la mirada de todos los dioses (y de los presentes), me desvestiré con cuidado para dejar a la vista que no soy una profana del misticismo. Con respeto, quedaré totalmente desnuda.
¡Que nadie se acerque! ¡Todos atrás!
Los símbolos quedarán expuestos, marcados sobre cada punto de luz de mi cuerpo. Y entonaré un conocido cántico árabe para poder ejecutar la danza de los planetas. Por costumbre, cada musulmán que se encuentre allí, por una consideración de cultura y conocedor de la samá y la virtud de la danza, la entonará conmigo. Y con sus voces profundas me ayudarán a llegar al trance necesario para ser libre. ¡Vueltas y vueltas con los brazos abiertos al cielo!
Espero y confío en que él esté a mi lado, mirando abochornado y desconcertado sin saber qué estoy haciendo. Lo espero de veras.
Me abrazaré a él, en pleno trance. Quiero que sienta terror de mi persona sin saber qué va a pasar. Pero también quiero que toda mi energía lo abrase y lo afloje a mi merced. Quiero hipnotizarlo con mi danza, que se quede atado a mi cuerpo con mi energía atrayéndole fuertemente.
Lo llevaré a la sala de ofrendas, el siguiente cubículo. Y sobre el altar, le ofreceré a él y me ofreceré yo. Unidos, seremos una prueba y una ofrenda de amor públicos. Lo apresaré de tal manera que no podrá escapar a mi hechizo de luna. Desnudo conmigo, esperará el premio que le ofrece mi cuerpo ignorando nuestro alrededor.
Deseará no haberme traicionado jamás y ahora seré yo su motivo de adoración. Seré una diosa en vida para él. Como la reina que me había prometido que sería.
Y las divinidades sacralizarán nuestro acto. Público una vez más, pero mucho más íntimo. Mucho más real.

Tania A. Alcusón


Éste es un relato que pertenece al ejercicio del mes de mayo del grupo Adictos a la Escritura "la doble imagen". Sobre la misma foto, la compañera Nyra también ha hecho su versión de texto libre en este enlace 




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TORMENTA DE VERANO

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     Tumbado en la piedra, a la orilla de la charca, miraba el cielo anaranjado de última hora. Imaginaba las formas imposibles que le sugerían las nubes que se acercaban . Se evadía de la realidad , creando historias paralelas que no existían y convirtiéndolas en un pasatiempo inútil.
Las sienes le sudaban al sol, pero una brisa ligera y un olor intenso a tierra mojada en el ambiente, intuían tormenta.
Los insectos revoloteaban por su cara, brazos y piernas, con ese zumbido característico en la soledad del bosque. Y hoy, los pájaros no volaban. Los grillos, con su canto de origen desconocido, le hacían compañía invisible, y las ranas croaban saltarinas, mientras se despedían, a su manera, saltando al agua.

     Sólos, él y la naturaleza más auténtica, en el estanque de los juncos.
Buscaba tranquilidad, y sólo allí en estos días de agosto se podía encontrar con ella. Apartándose durante semanas en el pueblo, huyendo de la ciudad, y dejando pasar las tardes de verano andando por caminos mil veces pisados, centrado en lo que nunca salía de su interior.
Risas lejanas de niños, -bullicio en la parte más baja del río- le recordaban una y otra vez lo efímero de la temporada estival, la vuelta a la rutina en pocos días.
Y ella esperándole en la ciudad. Ella que requería su tiempo precioso y unas condiciones que él no estaba dispuesto a ceder. Aún sin estar presente, quitándole espacio de su mundo sin compartir. Aguardándole en otoño con unas respuestas que él no había elaborado aún. No quería volver. No estaba preparado para enfrentarse a más reproches, ni para seguir siendo un querer y no poder de sí mismo. Todavía no.



     La primera gota en el muslo. Fría. Inesperada pero prevista, sólo fue la precursora de miles de gotas más que se precipitarían sobre él. Seguida esta exploradora, al momento, por un estallido de luz que anunciaba en poco segundos, con un ruido ensordecedor, que la bóveda celeste se abriría para dejar caer su furia. Y tras varios hilos de luz blanquecina que se daban la mano atravesando el cielo, rompió la lluvia sobre él.
Las gotas caían gruesas, calando su camiseta rápidamente, sin darle tregua para resguardarse bajo los árboles que se encontraban bosque adentro. Parecían querer añadir un peso extra sobre él. Se quitó rápido la camiseta y la lanzó al suelo.
Caían fuertes, picando incluso. Hacían saltar pequeños granos de arena que se le clavaban en las pantorrillas. Le pegaban el pelo a la cara, sobre los ojos, mientras le chorreaban en hilos de agua por la piel.

Y ese olor maravilloso a húmedo inundándolo todo.
Y esos truenos rotos encendiendo el bosque a su paso.

      Quizás no fueron más de diez minutos en los que aquel torrente de agua cayó y cayó arrastrando incluso las piedras en su camino. Pero con todo ese chaparrón descargado sobre él, ahora se sentía limpio por dentro, más puro en su interior. Las lágrimas del cielo lo habían transformado con su llanto y también habían arrastrado parte de su amargura.
En un primer momento hizo el intento de guarecerse pero para su satisfacción posterior, y no sin cierta incomprensión por su actitud rebelde, se descubrió gozando bajo esa lluvia repentina.
Con los brazos extendidos hacia arriba queriendo recibir todo lo que le ofrecía aquel aguacero, inclinaba la cabeza hacia lo alto escuchando, oyendo y sintiendo sobre sus ojos. Daba vueltas sobre sí mismo como un loco clamando al cielo. Pidiendo más. Reía, incluso gritaba, dejando salir al tiempo su propia tormenta interna. A ésta, le dio rienda suelta para que se llevase todo lo que ya no necesitaba, para que le lavara las sábanas de los fantasmas internos y liberase un caudal de sentimientos guardados que fuesen a dar a un estanque de tranquilidad final en su recorrido.

     Baldeando su espíritu, con los zapatos en la mano y la camiseta escurriendo sobre su hombro, se concedió la libertad de bajar al pueblo por la orilla del río, sin hora de llegada.
El sol volvía a salir para secarlo todo, tímido ya y apunto de apagarse. Creaba reflejos rojizos en las hojas todavía mojadas, y un arco de colores surgía de las aguas ahora tranquilas del río. La vida del bosque todavía estaba oculta, asustada. Tendría que dar paso a la confianza de volver a la normalidad para cada uno de sus habitantes.
Pero para él todo el chaparrón había sido algo más que un momento puntual en el bosque. Había significado un punto de inflexión que le había dejado el poso de una sensación muy agradable: volver a ser dueño de sí mismo.

     Todavía quedaban unos pocos días de estío para descansar, y cuando terminasen, se enfrentaría a sus dilemas con fuerza y valor. Pero no todavía, aún se podía dejar acariciar un poco más por el sol, por la montaña, por la naturaleza y por la soledad que tanto disfrutaba.

Tania A. Alcusón


Texto con una mención especial en la Convocatoria Escritores y poetas, Antología "El último día del verano". Convoca Club Hemingway de Escritores y Lectores en Facebook.


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DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

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Es la última vez que alguien la ningunea... ¡Definitivamente, no lo permitirá más!



El más mínimo esbozo de afrenta contra su persona, o contra los suyos, o contra cualquier cosa que ella ha hecho, dicho o producido, la obligará, muy a su pesar, a salir a la calle vomitando su odio hacia dentro, deshaciéndose en falsas sonrisas diplomáticas, puesto que es lo que se espera de ella.
Pero por dentro, rejurgitando desprecios nunca expuestos, el veneno en su alma por tal falta de consideración, la llevará directa a su agujero. El único lugar seguro donde desea huir. El único donde puede mantenerse encerrada, ajena de las miradas acusadoras. Allí se encuentra a solas, en la más completa oscuridad interior, escondida del mundo y de sí misma, revolcándose en su miseria.
Y desde ahí mismo, buscará tras el miedo, el aire descontaminado por ella misma, que le permita volver a resurgir como un ave fénix.
Volver a plantarse ante el mundo para no dejarse pisar nunca más.

Tania A. Alcusón


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ALMA PERDIDA

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Martín todavía no podía creer los datos que la policía le contaba sobre su hermana Sandra. Absorto en su pensamiento, dejó de escuchar pensando en que era ella, seguro, desde el momento en que nombraron ese puto tatuaje de la mujer en llamas que ella tenía en el escote.
¿Podía ser que estaba tan perdida en el mundo que había perdido toda la dignidad por el camino? ¿Qué había ocurrido?

Hacía tres años, Sandra comenzó a salir con tíos mayores que ella que daban la sensación de ir siempre colocados. Tras sonrisas estúpidas y olor a chicle mentolado y cerveza, prometían hacer siempre cosas excitantes, gente diferente en la pandilla que aparecía un día y ya nunca más volvía. Pero a ella le ofrecían un grupo en el que se sentía plenamente integrada, le daban una identidad más allá de “la Sandra de siempre y punto”.
Tenía catorce años por aquel entonces, y su cuerpo adolescente pedía adrenalina y sensaciones fuertes a cada latido. Le vinieron como anillo al dedo para sus pretensiones… Aunque, la verdad era que se vinieron bien mutuamente, parecía ser.
Estos nuevos amigos le aportaban incluso un nivel de vida atípico para gente de su edad: demasiado dinero, demasiados lujos permitidos como placeres. Un precio para Sandra desconocido para su familia, que no podían imaginar lo que ocurría de puertas para afuera.
Al cabo de unos meses, ya estaba desconocida. Irascible cuando se le negaba cualquier cosa y absolutamente incontrolada. Martín empezó a creer que su hermana pequeña se les escapaba de las manos y no sabía cómo recuperarla. Pero estaba seguro que la clave de todo eran esas amistades tan generosas y a los que tanta manía tenía.

Cuando se decidió a seguir los pasos de Sandra, tras la sospecha de que algo no iba bien, comenzaron al tiempo las escuchas en silencio cada vez que ella hablaba por teléfono, las persecuciones a distancia si salía con la excusa de “vuelvo en un rato”, los registros en los movimientos de su cuenta bancaria (y en la cuenta de su madre, en la que ambos estaban autorizados). Y siempre se repetían los mismos hallazgos: —“quedamos en el parque en media hora. Te he encontrado un tío que está dispuesto. ¡Ponte guapa, bombón!”— y acto seguido, detrás de ella, al parque al que iba bastante maquillada, con su minifalda vaquera y el tatuaje de su pecho bien visible. Dos veces la vio llegar, y allí la esperaba su amigo, el Pelos, con otro hombre. La primera de las veces que Martín la siguió, el invitado era un hombre trajeado de unos treinta y cinco años, y la segunda un hombre más bien entrado en edad, con vaqueros y camiseta roída y sin algún diente. Solían hablar los tres presentes, y en diez o quince minutos, el invitado sonreía embobado mirando a Sandra, que se acariciaba su tatuaje, mientras el Pelos recibía en su mano varios billetes. Luego, cada uno marchaba por donde había venido sin cruzar palabra. Continuando con sus pesquisas, haciendo la inspección en la cuenta bancaria, Martín vio varios ingresos de 150 y 200 euros, y luego varias retiradas de dinero en cantidades importantes. No entendía muy bien qué hacían, ni lo que estaba ocurriendo. No quería pensar mal o desconfiar de su hermanita. Ni siquiera sabía qué podía hacer él en todo esto, pero la situación no le resultaba ni cómoda ni esperanzadora.

Un día, sobre las doce de la noche, Sandra llegó a casa llorando, con una ceja rota y escupiendo sangre. Llevaba varios arañazos por el escote y los brazos. No quiso decir qué había ocurrido, pero cuando su madre, asustada y enfadada, dijo que irían a denunciar lo que pasaba a la policía, Sandra pidió a gritos, muy alterada, que la dejasen en paz de una vez. Todavía hoy, retumban en los oídos de Martín aquellas palabras: —“¡Es culpa vuestra! Vosotros me habéis convertido en un monstruo, así que ahora que he encontrado mi lugar, ¡no intentéis arrancarme de la calle!”— Y se encerró en su cuarto atrancando la puerta por dentro…

Hacía dos años que no sabían nada de ella. Después de aquella noche en la que ninguno pudo pegar ojo, ya no volvieron a verla. Dónde había ido y con quién estaba, fue siempre una incógnita. Pero gracias a la gente del barrio que se había cruzado con ella en contadas ocasiones, sabían que seguía viva. Desconocían las condiciones, pero no eran muy halagüeñas, por las miradas bajas avergonzadas de quien les informaba.
Intentaron buscarla y moverse por sus ambientes en varias ocasiones, pero siempre encontraban un muro de silencio a sus preguntas. Nadie sabía nada.

Ahora, dos agentes contactaban con la familia porque se había localizado en un hotel de renombre su cuerpo sin vida. Muy deteriorado, incluso descarnado en algunas zonas, y en el que lo único que se distinguía claramente como marca personal era ese tatuaje. La edad y los datos se correspondían, aunque en el hotel no tenían información de su registro, y eso tenía confundida a la policía. Aunque apareció en una habitación, entre salpicaduras de sangre, se rumoreaba que andaba por allí para buscar algo de comida, ya que algunos empleados la habían visto curioseando por allí en alguna otra ocasión. 

Tras el impacto emocional de semejante noticia, y entendiendo que quizás no era el momento idóneo para hablar con la familia, los agentes se retiraron dejándoles una tarjeta con instrucciones, direcciones y teléfonos por si recordaban algún detalle, por insignificante que pareciese de hace años.
Martín les fue a ver a la mañana siguiente bastante nervioso y sin su madre. Habló sobre sus sospechas y sobre sus hallazgos. Les confesó sus miedos y, entre lágrimas, sus presentimientos. Los agentes escuchaban, tomando notas sin interrumpir, asintiendo ante algunos detalles. Él continuaba con su discurso, acalorado:

—¡Hay que hacer algo!! ¡¡Son crías menores, joder, y ellos son unos cerdos hijos de puta!! Estaban extorsionadas, confundidas y engañadas. Ellas no tienen ninguna culpa de lo que les han hecho creer. Si supieran ese final, ¡quizás nunca hubiesen empezado!

—Mira Martín, las cosas son así en estos círculos marginales. Sabemos que para vosotros es difícil comprender. No se sabe cómo meter mano en el asunto, aunque trabajamos en ello continuamente. Y, oye, dos más dos nunca serán cinco; debes entenderlo, las cosas no cambiarán por mucho que lo desees. El mal ya está hecho a tu familia… Unos ofrecen el camino fácil a una destrucción segura, pero el que atraviesa ese umbral y se siente parte de ese círculo, pasa a ser uno de ellos, a buscar compensación en el placer inmediato que recibe. Quien atraviesa ese umbral, está dispuesto a todo, incluso a vender su alma solitaria…


Tania A. Alcusón


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ZAPATOS NUEVOS

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Llegó el momento, su primer día. El niño pequeño que antaño llevó en sus entrañas, de noble familia en aquellas tierras, recibiría su primera tutoría en palacio. Habían elegido para su vástago al mejor de los mentores de la región y ahora se preparaban para darle un recibimiento por todo lo alto.
La duquesa, pendiente de todo, daba vueltas al pequeño cogiéndolo de los hombros e imaginando el atuendo apropiado para la ocasión. Mientras, el niño daba saltitos de un pie a otro, no para a quieto en el mismo sitio, se escurría de las manos de su madre y se preguntaba en secreto la importancia de aquel día. Ahora probaban el traje, ahora le aplicaban un ungüento pegajoso en el pelo, ahora abrillantaban sus nuevos zapatos...

Cuando el tutor llegó al palacete con su traje negro, tan sobrio, no defraudó a la duquesa, que le esperaba ansiosa. Erguido como una tabla, tras los saludos iniciales a los padres, paseó su mirada por la estancia, con curiosidad pero con clase, hasta que encontró al pequeño Nicolás jugando tras uno de los sillones.
Se dirigió a él con aire imponente y frente a él ya le quiso saludar como a un hombre. Le extendió su mano...
El niño se puso en pie, y mirándole con curiosidad le dijo: "Hola señor! Por qué tengo que ponerme zapatos nuevos para leer los libros viejos?"




Y con aire desenfadado, sonriendo, agachó su cabeza para que quedase a la altura de la mano del tutor, que desconcertado, no pudo por menos que darle unas palmaditas.

Tania A. Alcusón


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UNA FICHA DE AMOR

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     Hace mucho, mucho tiempo. La Tierra era habitada por grupos de personas que se agrupaban en clanes.
Cuando las casas eran solo cuevas de piedra para protegerse de las inclemencias, cuando los hombres eran cazadores y sus mujeres recolectoras. Cuando las personas tenían frío y se adormilaban durante el invierno y gestionaban sus vidas bajo la luz del sol. Cuando todos podían enamorarse de todos pero sólo perteneciendo al más fuerte… En esa época, como siempre ha sido, había un líder que prevalecía entre todos, no por su fuerza o por su maña, sino por su sabiduría.
Durante varias generaciones, estos líderes, en los diferentes clanes sociales, filosofaban sobre la vida, y sobre cada acontecimiento cotidiano. Eran consultados ante complicaciones rutinarias y sobre cuestiones trascendentales, y por supuesto, también eran buenos consejeros a la hora de gestionar las uniones en el grupo desde que los comprometidos eran bien pequeños.

     Pues hace tanto, tanto tiempo, la región del sur, compuesta por un grupo bastante amplio de personas (unas veinticinco) era liderada por el sabio Dopicu. Se decía de él que poseía un poder especial que le hacía estar en contacto con las deidades universales, y que gracias a eso, conocía cosas de cada uno que nadie más podría saber.
Cada consulta con Dopicu, se tornaba misteriosa, solitaria. Requería de un ambiente determinado para poder encontrar la respuesta acertada a cada tema. Un halo de rito lo envolvía todo mientras el jefe se ocultaba en una zona apartada “a deliberar consigo mismo”. Todas las consultas, de la índole que fueran, siempre requerían esa meditación en soledad que resultaba tan característica… Y tan conocido era en todo el territorio, que incluso líderes de otros clanes, se acercaban a consultar su opinión, siempre acertada.

     Como era de esperar, enseguida su fama se extendió y su sabiduría era requerida incluso para temas bélicos, asedios y venganzas ajenas a su clan. Dopicu, prestaba la información de manera desinteresada, pero empezaba a dejar de ser algo que hacía con gusto y se convertía cada vez más en una obligación. Los asuntos, casi siempre ya eran sólo terrenales, lo que le aburría sobremanera, todo era cuestión de poderes: con quién debían casarse para conseguir un mayor estatus en el clan, con quién debían asociarse para generar prosperidad para sus tierras y sus gentes, en qué zonas era mejor la producción del algodón o del trigo, en qué zonas era mejor la caza de carne buena, dónde podrían cubrir un nuevo enclave para desplazar el clan a otros puntos…
Le faltaba tiempo para poder cumplir con todo el mundo, y mucho menos para poder desplazarse a todas las tierras que lo requerían, así que llegó a una conclusión: si conseguía hacer las uniones más correctas posibles entre personas de un mismo clan, o incluso juntar personas de diferentes clanes, con éxito, resolvería al mismo tiempo varios temas a un tiempo. Pero estas uniones eran tan importantes para el futuro de cada uno, y de algunos clanes en concreto, que debían ser uniones conocidas estrictamente por los comprometidos y sus líderes. Nadie más podría conocer esas predicciones, a riesgo de sabotajes o traiciones.
Comenzó a mandar los mensajes vía oral de las uniones requeridas con los mensajeros de confianza de los líderes de cada clan, bajo el asunto secreto: Cupido. Si los mensajeros eran interceptados, lo único que ellos sabían de su misión era que portaban mensajes de amor que sólo podían descifrar los interesados. Y así comenzó a enviar sus predicciones de una manera segura.

     Un día frío de invierno, Martha, hija mediana de Dopicu, se acercó a curiosear el punto de reflexión de su padre. ¿Por qué era un lugar especial? se preguntaba. ¿Por qué sólo su padre podía entrar allí?
Era de madrugada, y todos dormían aún, pero Martha llevaba varios días cuestionando las razones y las respuestas de su padre, tras el consejo de casar a su mejor amiga con el chico que le gustaba a ella misma. Estaba dolida con su padre, que aún conociendo sus intenciones, y las del chico, que también la pretendía a ella, había sugerido tan sorprendente enlace. ¿En qué se basaba para obtener esa información? ¿Por qué Eyre era mejor que ella para Jon?
Se acercó cautelosa, a la luz de la antorcha para entrar en la cueva de la Sabiduría, y cuál no fue su sorpresa cuando acercándose al lugar de reflexión no vio ni pinturas en la pared, ni mejunjes con los que pudiera drogarse para llegar al trance, ni siquiera piedras de los milagros que le ayudasen a pensar… Nada místico. Sólo un caldero.
Intrigada, sabía que no debía tocar nada, sólo mirar. Mirar, pensar y comprender. Pero estaba tan dolida…
El caldero, contenía unas fichas en su interior. Contrariada, sin poder ocultar su ansiedad por la sorpresa, metió la mano para tomar una de esas fichas en sus manos.
No eran  de madera, ni de metal. Eran arcillosas y tenían extraños símbolos que ella misma desconocía. Quizás eran nombres, o quizás eran piedras de invocación para las deidades. Todas estaban mezcladas en ese caldero sin un orden aparente. Siguió sacando una tras otra sin comprender ninguna de ellas. Quedó muy intrigada al no comprender nada, pero tras escuchar un sonido extraño fuera de la cueva, volvió a dejarlas todas rápidamente dentro del caldero, sin darse cuenta de que al caer, varias de ellas se rompieron en trozos, quedando los símbolos separados.


     Al día siguiente, algo muy extraño ocurrió. Cuando los mensajeros salieron con sus fichas hacia sus destinos desconocían que llevaban un mensaje de caos. Pues Dopicu, al escoger las fichas tras su meditación, y no comprobar que no se correspondían las que estaban rotas con sus “medias partes” correctas, entrego varios mensajes incorrectos.
Ese día, todos los clanes que recibieron misiva, maldecían a Cupido por no entender sus razones, por no comprender cómo podrían salir bien esas uniones, por desconocer los efectos de desorden que se iban a ocasionar en los clanes… Todos le maldecían, muchos ni siquiera le conocían, pero todos cumplieron sus recomendaciones con el pensamiento de que era una auténtica locura, pero ¿quiénes eran ellos para desconfiar del gran sabio Dopicu?

Tania A. Alcusón

POR SI LAS MOSCAS

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     Trato de huir por la ventana de su habitación. Ya me he cansado del olor de sus pies y de su aliento mañanero. He pasado demasiado tiempo en este lugar.
Sé que no le gusto porque cada vez que me intento acercar para recrearme en sus olores, los aspavientos de sus manos me apartan de su lado. Cuando necesito descansar, al posarme, juega a un juego macabro en el que él me persigue dando golpes con diferentes objetos en la superficie que me encuentre, obligándome a alzar el vuelo de nuevo. ¡No me deja parar!

     Cuando era pequeña, me gustaba quedarme en lugares más abiertos, como el salón o el recibidor, que me comunicaban con toda la casa, y eran más tranquilos. Recibía todo tipo de estímulos olfativos y era ideal para aprender a utilizar mis alas correctamente y hacer “horas de vuelo”. Desde allí, con el calorcito del atardecer y apoyada sobre la barandilla, frotaba mis patas con placer buscando el olor más rico para mí. Y ese era mi siguiente destino.
Me considero una mosca bastante aventurera, la verdad. Me encanta conocer moscas sabias y moribundas que me cuentan cómo son las cosas en lugares lejanos, aunque sólo se han cruzado en mi camino dos. Una de ellas, me reveló entre estertores que existe un paraíso repleto de comida fácil y sin peligros fuera de aquí, pero que no todas llegamos a alcanzarlo. Tampoco todas saben alcanzarlo: debes seguir muy bien tu instinto y confiar ciegamente en ser uno de los Elegidos.




     Es por eso que ahora deseo escapar de aqui y marchar intentando llegar a esa quimera maravillosa. Sé que puedo lograrlo. Además he tenido señales que he sabido interpretar perfectamente: he visto que existen otros sitios donde los grandes ríos no mojan aunque te poses sobre ellos, y hay otros seres que te miran fijamente y ni siquiera pestañean cuando te acercas. Viven confiados en su ventana aunque no se puede pasar. Sólo están ahí para que los mires y te mueras de envidia. Así de primeras, parecen destinos un poco aburridos porque todo está quieto, no se mueven ni una pizca.
Pero yo lo imagino lleno de luz y calor, con otras moscas (quién sabe, quizás encuentre una pareja allí y podamos tener descendencia!) y comida abundante… ¡Mmm! Las moscas viejas, me hablaron también de los desechos animales, tan sabrosos y olorosos. Puedes encontrarlos en cualquier parte y por lo visto, si te alimentas durante mucho tiempo de ellos, ¡¡te dan un poder inmortal especial y sufres una metamorfosis que te cambia hasta el color!! ¡¡Te vuelves verde y más fuerte!!

     Noto que estoy en las últimas, siento mi cuerpo más pesado y estoy torpe: no atino a salir por el lugar correcto, pero sé que estoy en el buen camino. Puedo ver un lugar desconocido al otro lado del cristal, y siento el aire fresco, que me atrae por sus olores irresistibles, entrando en corriente por alguna rendija de algún lugar. Cerca.
He pasado toda mi vida buscando ese paraíso, ¡y he de llegar a él!
Y mientras sigo intentando, en vano, salir de aquí, he decidido tomar un poco de vaho frío que cae en pequeñas bolitas por el cristal para tomar fuerzas.
Si él descubre que empiezo a flaquear, finalmente sus golpes estruendosos me darán alcance y puede ser fatal para mí.

     En mi pequeña mente, hoy sólo cabe un pensamiento matutino:
“Hay algo peor que ser una mosca cojonera… Rodearte de mierda por todos lados y que no te resulte placentera”


Tania A.Alcusón


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