CÍRCULO VICIOSO

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Necesito escribir de nuevo en tus páginas. Vuelvo a ti, después de años sin tocarte y sin dejar ni huella, desde que el doctor me dijo que ya no era necesario anotar más mis sentimientos ni releerme día a día. Y hoy vuelvo con algo que sé que puede resultar demasiado impactante de releer para mí a posteriori. Quizás irreal. Pero lo cierto es que ahora lo recuerdo todo de manera muy confusa, y antes de olvidarlo, quiero dejar constancia de lo que he ¿visto? ¿soñado? No soy capaz de distinguir si fue una oscura pesadilla o un reflejo de una realidad oculta ante mis ojos. Fuese lo que fuera, permanece como un eco que me retumba en la cabeza. No sé si podré sacarlo de una manera fiel…

Llevaba varios días sin disfrutar de un sueño placentero, intentando sobrevivir a jornadas intensivas de citas interminables de marketing y a trabajos nocturnos malpagados y ruidosos. No recuerdo dormir bien en mucho tiempo y el cansancio empieza a hacer mella en el umbral de la consciencia cuando se abusa demasiado.
En verano, las terrazas de los pubs se llenan de gente que demanda servicio de alcohol a discreción y comida basura hasta el amanecer. Yo lo puedo aprovechar para sacar un sueldo extra aún a costa de no descansar en varios días seguidos. Esa es mi rutina de verano desde hace unos cinco años, y la verdad es que luego me va estupendo para obtener los beneficios de la hormiguita durante el invierno.

Suelo volver andando a casa sola, haciendo repaso del día, pero esa noche quise coger el tren porque estaba lloviendo y no quería atravesar el parque. No hacía frío, pero esas tormentas de verano te empapan clavando sus gotas gordas y punzantes hasta dejarte chorreando, mientras salpican en la tierra llenándote los dedos de los pies de arena que se pega a través de las sandalias. Además era especialmente tarde, y ya iba justa de tiempo para alcanzar el último tren.

Cuando bajaba a los andenes, me di cuenta con disimulo de que una pareja que estaba apoyada en la pared, se mecían el uno contra el otro con lujuria. No había nadie más en la estación, y escuchaba perfectamente sus gemidos contenidos. Parecían llevar un buen calentón encima,  y yo no podía evitar mirarlos de reojo mientras buscaba un asiento tras una columna para que no pudieran verme.


Ella llevaba una minifalda de cuero que dejaba ver el pliegue de su culo cada vez que él la apretaba contra su cuerpo. Y él, con sus pantalones beige y una camisa desabrochada en la parte superior del pecho, llevaba un colgante de oro bastante grueso que llamaba la atención. No pude distinguir, entonces, qué era aquello pero parecía una alianza. Y ella la tocaba continuamente, acariciándola, para limpiarse la mano en la falda inmediatamente después. Me pareció un ritual muy curioso, y más dado que el hombre, no sólo no parecía darle importancia sino que le sonreía como un tonto cada vez que lo hacía.
Hablaban en otro idioma, parecía caucásico, y rían a cada minuto. En un momento dado, cuando él quiso meter sus manos por debajo de la falda, ella soltó una carcajada retirando sus manos con cachetes cariñosos. Fingiéndose ofendida mientras sonreía divertida, se separó un poco de él dándose la vuelta. No era guapa y tenía la piel algo estropeada, además, me pareció mayor de lo que aparentaba por su buen cuerpo y su manera de vestir. Parecía buscar algo en su bolso y se entretuvo unos minutos. Supuse que sería un condón y me agobié pensando que iban a montárselo allí mismo, delante de mí.
Pero de espaldas a él todavía, y para mi sorpresa puesto que estaba de cara a la posición donde yo me encontraba, lo único que sacó fue una jeringa con un líquido blanco dentro, que en un giro rápido, clavó acertadamente en el pecho de él. Lo he visto hacer en películas cuando ponen inyecciones de adrenalina a alguien que ha sufrido un paro cardíaco o una sobredosis de heroína. Él, estupefacto, ni siquiera reaccionó al momento, sólo vi sus ojos entrecerrarse mientras se dejaba caer por la pared sin poner oposición, sin fuerza alguna.
Con cuidado, ella lo sujetó y lo ayudó a tumbarse en el suelo, mientras él balbuceaba horrorizado intentando agarrarse a ella sin lograrlo. Ella, sonriente, sacó un cutter, de esos que tienen hoja muy fina y precisa, y mirándole con una extraña ternura, comenzó a desabotonarle la camisa cortando los botones directamente. Puso el colgante sobre su pecho, bien centrado, y comenzó a hacer una serie de movimientos rápidos y secos con la hoja de acero sobre el torso desnudo. Parecían cortes al azar, pero el colgante ni se movió de su sitio. Él intentaba gritar patética e inutilmente mientras ella seguía concentrada en su tarea, incidiendo con más fuerza en los cortes iniciales.

Y yo… estaba absorta, asustada, sorprendida e hipnotizada con la escena. La sangre oscura resbalaba formando hilos que ella seguía con el cutter, hasta llegar al suelo formando pequeñas salpicaduras rojas. La mujer se puso en pie, y al retroceder de espaldas resbaló en la sangre cayendo hacia atrás. Enseguida se levantó y se apartó unos metros más de él. En la distancia, con ojos vidriosos, parecía estudiar lo que había hecho mientras  mantenía una sonrisa extraña viendo cómo el hombre se retorcía vagamente en el suelo.
Y volvió a meter sus manos en el bolso… Ese bolso rojo: saco sin fondo, tan inusual en contenido y tan corriente en su continente a la luz del día.
El corazón me saltaba en el pecho cuando sacó una caja metálica que contenía alambre de espino enrollado. ¡¿Alambre de espino en la ciudad?! ¡Qué locura!
Él, casi había perdido la conciencia, por lo que seguía sin oponer ninguna resistencia cuando ella empezó a rodear su cuello con el alambre. El primer tirón quedó tenso sobre la piel, pero en el segundo tensado, varios pinchos mordieron la piel apretando hasta abrirse paso, y algunas gotas de sangre salpicaron la camiseta clara de ella. Recuerdo la pierna temblando en la tercera sacudida del alambre... Una línea fina de sangre se dibujó en la garganta de la víctima y su pierna seguía temblando con sacudidas espasmódicas.
Cuando los movimientos cesaron, ella apartó la alianza a un lado, y con el cutter comenzó a desollar la piel donde, segundos antes, se había apoyado la joya. Alguna sacudida más de pierna, pero había un silencio absoluto sólo interrumpido por ella mientras canturreaba y por mi respiración acerelada que tronaba en mis pensamientos. Volvió a dejar el anillo sobre la parte despellejada. Observó, alzándolo, el trozo de piel que había arrancado y lo colocó sobre los labios de él, fijándolo con grandes alfileres rojos sustraídos, con mano rápida, de uno de los bolsillos exteriores del bolso. A la altura de cada una de las costillas -ella continuaba con su juego ladeando la cabeza y mordiéndose la punta de la lengua- hizo unos cortes profundos, que hicieron rechinar la cuchilla contra los huesos.
Acto seguido, se incorporó y volvió a separarse unos metros. Dió unas palmadas con alborozo y realizó una llamada. Al momento, bajaron dos guardias de seguridad que retiraron el cadáver de la estación. Sin preguntas, sin miradas, con total normalidad. Ella fue detrás de ellos y las luces de la estación se apagaron.
Y yo debí desmayarme porque no recuerdo ni siquiera cómo salí de allí...

Podría haber sido una ensoñación. ¡Ojalá lo hubiese sido! En cualquier caso, estuve varios días de baja por estrés y, por supuesto, no he vuelto a bajar a la estación. No tenía claro lo que había ocurrido, y en ningún momento posterior he visto ninguna noticia relacionada con aquella noche. Como si no hubiese ocurrido jamás.
Pero esta tarde alguien ha dejado en la terraza del bar una revista del suplemento dominical ¡Ay, Dios, reproduzco aquí lo que ponía!

 “Círculo vicioso”, la obra prima de la artista Anne Kostonova, levanta controvertidas críticas sobre el amor y su efecto bucle en las emociones. La autora de tan original obra, dice haberse inspirado en una antigua relación rota en la que quedó atrapada emocionalmente una y otra vez contra su voluntad , por puro vicio afectivo.                  La obra, que ha levantado ecos airados en la sociedad más conservadora por considerarse inmoral e indecente, muestra una cabeza mutilada unida a un torso desnudo masculino con una apariencia inusitadamente real, cuyo único adorno es una joya al cuello. El hombre, con las cuencas del ojo vacías y los labios cosidos a un corazón de piel, representa, según palabras de su creadora, al amor ciego, y las palabras que ya no son necesarias cuando los corazones quedan unidos por el círculo vicioso del amor.

¡“Círculo vicioso” lo ha llamado, la cabrona! Una imagen obscena, con una alianza en el cuello descarnado, me miraba desde la foto de la muestra de una exposición de arte. Aún sigue grabada en mi retina, eso sí que no podré borrarlo de mi mente.


Tania A. Alcusón


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