Rebuscando en su basura antes de ir a dormir, un día tras otro, aún tenía la ilusión de encontrar algo útil allí:
- una pizca de su dignidad perdida, cuando su gente aún le saludaba de frente y no tenían que disimular miradas esquivas a sus últimas vergüenzas en forma de marcas físicas en el deterioro de su cuerpo,
- alguna compañía de las buenas, de las que el tiempo se llevó, con las que pasaba horas a pares, riendo ante jarras de cerveza interminables y arreglando el mundo con sencillas palabras y complicados planteamientos,
- un poco del perdón que ya no recordaba para con los que, en alguna ocasión, le habían hecho sentir tan pequeño como para hacerle llorar con la cabeza bajo la almohada
- o palabras amables que en un lugar cercano no hubiera manera de malinterpretar con muecas torcidas de disgusto y que no necesitaban de más notas aclaratorias para ser expulsadas de su boca.
Y mientras los gusanos se retorcían entre sus desechos, alimentándose de su dolor, él seguía creyendo que el olor putrefacto que desprendía su alma sólo era un mal perfume que se iría tras una ducha templada con gel de almendras.
Tania A. Alcusón