CARNALVAL

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Se acercó lentamente al espejo y descubrió que con treinta y cinco años todavía se sentía atractiva. Apretaba los brazos caídos contra el torso mientras sonreía mirándose el escote y las curvas de las caderas. Francesca lo había olvidado mientras intentaba luchar cada día contra sí misma, contra la vida y contra cada obstáculo que se le presentaba mientras miraba siempre hacia el frente.
El plan que le planteaba Eira le resultaba divertido como hacía tiempo que no le divertía nada, pero no debía decírselo porque Francesca había tramado una alternativa que aún le gustaba más.
Saliendo del probador le dijo con indiferencia disimulada a su amiga que no encontraba nada que le gustase. La mintió de frente diciendo que no aceptaba su invitación con ese pretexto y, con esa última palabra, se fueron a casa.

Le parecía mentira dejar a Hugo con sus abuelos para poder disfrutar de una noche para ella sola, como en los viejos tiempos, antes de casarse y tener al niño, de separarse y vivir en su burbuja, como se sentía últimamente. A un par de años de su separación todavía no había vuelto a ser la misma. Estaba encerrada en sus temores, conteniendo sus ganas de vivir por miedo a perder su identidad de madre "separada pero formal". Compañeras de trabajo y amigas de toda la vida llevaban varios meses tratando de ofrecerle nuevos planes y puntos de vista, aunque Francesca vivía reprimida: no había un plan digno de crédito para ella y cada vez se iba marchitando más y más.
Esta vez el plan la había hecho cambiar de opinión, aunque fuese en secreto. Una fiesta de disfraces en casa de unos amigos de Eira con motivo de los carnavales le habría parecido algo descabellado en cualquier otro momento, por eso ahora resultó tan fácil la mentira. Empezaba a echar de menos volver a salir y pasarlo bien. Y ahora, la premisa de tener que llevar puesta una máscara en todo momento como norma, realmente la excitaba: podría esconder a la aburrida Francesca, dejarla en casa para sacar a... No lo sabía muy bien todavía, pero cada vez tenía más ganas de descubrirlo. Se sentía como cuando tenía veinte años y el hecho de saberse motivo de curiosidad ante miradas extrañas le resultaba tan divertido. Ya no era esa niña pero el hecho de presentarse en la fiesta a escondidas, de manera independiente a su propia amiga, hacía de todo esto una travesura de lo más apetecible. Sería una completa desconocida.

Comenzó su juego mientras esperaba a que le abrieran en la puerta de la casa, sola y con la máscara perfectamente fijada a su rostro. Pensaba una presentación rápida y locuaz para colarse dentro sin despertar recelos:
—Amiga de Eira, sin ella vendrá y en esta fiesta de máscaras la encontrará. ¿Será usted tan amable de dejarme pasar?— hizo una reverencia y tras su máscara, por el agujero que dejaba entrever sus ojos, pestañeó varias veces seguidas en señal de exagerado coqueteo.
El chico de la puerta, sorprendido, se echó a reír y la dejó pasar. Fue muy fácil. Francesca se encontraba plena de ánimo, con una confianza que, si bien nunca la había abandonado, sí estuvo mucho tiempo relegada a un segundo plano tras su miedo al fracaso.

Una vez dentro, con la música a tope y el ambiente bastante caldeado por el alcohol, entre los grupos apretados de gente desconocida, lo primero fue localizar a Eira para mantenerse fuera de su alcance y así poder comenzar su particular fiesta. Bailó, rió y habló con extraños, que siempre parapetados tras sus máscaras como las normas del evento imponían, resultaban una compañía un tanto fría para lo que estaba acostumbrada. Sabía que no se encontraba entre amigos, allí nadie estaba interesado en su vida. Quizás eso le daba la intimidad que buscaba y la hacía sentir libre para contonearse al son de las canciones sola, sin acompañantes forzados para poder bailar tranquila; saberse desconocida le daba esa despreocupación.


Pero, de repente, sintió a alguien pegado a ella por detrás, bailando con movimientos muy lentos. Todo su cuerpo se encendió por dentro y sintió cómo volvía a la vida tras el letargo autoimpuesto. Movimientos sensuales muy pronunciados acercaban sus caderas a esa pareja de baile misteriosa, mientras él la sujetaba con firmeza por la cintura. Las manos vastas y la mirada fija en su cuerpo tras la máscara le delataban como hombre. También su cadera buscaba el contacto de ella abordándola despacio pero determinante, sin tregua. En uno de los lavabos de la planta superior terminaron su baile privado. Sin palabras; gemidos entrecortados les guiaban mutuamente mientras seguían el compás pactado de los movimientos. Tampoco hubo besos, ni nombres. Apenas hubo caricias con ternura: la última al terminar, sobre las máscaras, que ahora eran más necesarias que nunca. Fueron apenas unos minutos. Intensos y apresurados, locos, excitantes. No hicieron falta más. Francesca no necesitaba más de esa noche.
 

Fue a la fiesta descreída de la vida, convencida de que ya no tenía nada más por descubrir, y esa noche se encontró a una Francesca desconocida. Apasionada por la vida pero siempre parapetada tras una máscara.

 Tania A.Alcusón

COMPROMETIDO CON LA OBRA

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Oculto entre bambalinas, después del ensayo, no puedo evitar una sonrisa augurando mi éxito. 
El director se permite darme directrices de actuación... ¡como si no supiera ya cómo interpretar mi papel y hacerlo inolvidable para siempre!

Llevamos ocho meses preparando esta obra, y apenas falta una semana para el gran estreno. Como en otras ocasiones, el papel principal es el mío, y esta vez mi credibilidad sí resultará memorable. No quiero parecer un fanfarrón, pero siempre me meto al espectador en el bolsillo, enamoro a la crítica (y en ocasiones, a alguna que otra compañera, que confundida con mis personajes carismáticos, cae en mis brazos...)

Éste será mi gran papel, el que me encumbre. He luchado por ello cada día de ensayo, superándome a solas en casa ante el espejo; aunque un duende innato me acompaña y me hace brillar ante el gran público. Estoy orgulloso de mis logros profesionales, porque aún sin haber conseguido ingresar en la compañía del Gran Teatro Nacional, aquí, con los de La Buena Estrella, soy el artista principal siempre. El papel más dramático, la caracterización más espectacular o la diversidad de registros dispares en un mismo personaje, hacen que la gente pague sus palcos sin pudor para verme actuar; dejándose transportar a historias irreales que de otra manera no podrían disfrutar. 




Sólo puedo sonreir ante las reacciones de admiración que, sospecho, despertaré incluso en mis propios compañeros. Será una actuación estelar...

Dicen los colegas del teatro que soy un actor venido a menos, destinado a terminar mis días sepultado por mi ego en obras de pacotilla, y sustituido por algún joven más profesional y mejor formado. Me dicen que caeré en el olvido como un Don nadie que nunca consiguió hacer un papel brillante de verdad. El director me grita y pierde mucho los nervios conmigo. Ha perdido ese toque especial que debe tener el director de orquesta en cada obra, y me lo achaca a mí. Que estoy muy relajado y que no me lo crea tanto, me dice... Será patán... Puedo demostrarle que tiene ante sí al actor más comprometido con su papel, y que jamás volverá a encontrar a otro igual. 

Con una sola función podré demostrarles a todos su gran equivocación conmigo. Apenas quedan ya unos días para ver el resultado de toda una carrera de vida. Y el aforo del teatro al completo... ¡Ahhh, será ejemplar!

Sonreír y sonreír; es lo único que me apetece mientras guardo mi jugada magistral bajo la manga.

Es mi última obra, se rumorea, en la compañía... ¡Pues será porque yo lo he decidido así, no porque nadie tenga que venir a escupírmelo a la cara! Y mucho menos con las risotadas de esa panda de envidiosos como banda sonora... Todo está calculado ya. Ni siquiera ha hecho falta que busque la ayuda de nadie, porque el pez globo que compré, y sus toxinas (altamente nocivas para la salud), han sido muy sencillos de conseguir en el mercado negro. 

Cuando mamá murió hace año y medio, me hizo prometerle que conseguiría consagrar mi carrera de actor con alguna actuación memorable. Quería asegurarse de que la cara formación que pagó durante años, era ya un fruto maduro tangible que podría servirme de sustento cuando ella no estuviese. Pero un vicio sin control a las drogas, ya forjado en mi adolescencia, sin el rasero de su control, me arruinó en poco tiempo el poco dinero que me dejó. Y el teatro, últimamente, no está en su mejor momento, ni siquiera para mí. La echo tanto de menos... 
Un bofetón a una compañera en un affaire privado, y algún que otro golpe más, sacados de contexto, me crearon mala fama entre las féminas de la compañía y actitudes de desprecio entre los hombres. Me encuentro bastante solo, aunque lo he llevado bien gracias a la premisa de que mejor solo que mal acompañado. No me importa perderlo todo porque no tengo nada a lo que aferrarme. Quieren que el personaje de Julius muera con dramatismo, y entre un drama inolvidable morirá. Tanto que parecerá real; y tanto, porque será real...

Una comilona en casa antes del estreno de la gran noche: sushi ptencialmente peligroso, regado con bastante alcohol, para dar bien en escena. Y a media hora para la muerte de Julius en la obra, en los camerinos durante el descanso, 1ml del veneno japonés en estado puro regará mis órganos mientras el deterioro se va haciendo patente en cada escena del final de la obra. 

Sólo puedo sonreír ante tan genial plan. No puedo esperar a ver sus caras sorprendidas. No puedo imaginar los ríos de tinta que mi espectáculo provocará...

Tania A.Alcusón

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