TORMENTA DE VERANO

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     Tumbado en la piedra, a la orilla de la charca, miraba el cielo anaranjado de última hora. Imaginaba las formas imposibles que le sugerían las nubes que se acercaban . Se evadía de la realidad , creando historias paralelas que no existían y convirtiéndolas en un pasatiempo inútil.
Las sienes le sudaban al sol, pero una brisa ligera y un olor intenso a tierra mojada en el ambiente, intuían tormenta.
Los insectos revoloteaban por su cara, brazos y piernas, con ese zumbido característico en la soledad del bosque. Y hoy, los pájaros no volaban. Los grillos, con su canto de origen desconocido, le hacían compañía invisible, y las ranas croaban saltarinas, mientras se despedían, a su manera, saltando al agua.

     Sólos, él y la naturaleza más auténtica, en el estanque de los juncos.
Buscaba tranquilidad, y sólo allí en estos días de agosto se podía encontrar con ella. Apartándose durante semanas en el pueblo, huyendo de la ciudad, y dejando pasar las tardes de verano andando por caminos mil veces pisados, centrado en lo que nunca salía de su interior.
Risas lejanas de niños, -bullicio en la parte más baja del río- le recordaban una y otra vez lo efímero de la temporada estival, la vuelta a la rutina en pocos días.
Y ella esperándole en la ciudad. Ella que requería su tiempo precioso y unas condiciones que él no estaba dispuesto a ceder. Aún sin estar presente, quitándole espacio de su mundo sin compartir. Aguardándole en otoño con unas respuestas que él no había elaborado aún. No quería volver. No estaba preparado para enfrentarse a más reproches, ni para seguir siendo un querer y no poder de sí mismo. Todavía no.



     La primera gota en el muslo. Fría. Inesperada pero prevista, sólo fue la precursora de miles de gotas más que se precipitarían sobre él. Seguida esta exploradora, al momento, por un estallido de luz que anunciaba en poco segundos, con un ruido ensordecedor, que la bóveda celeste se abriría para dejar caer su furia. Y tras varios hilos de luz blanquecina que se daban la mano atravesando el cielo, rompió la lluvia sobre él.
Las gotas caían gruesas, calando su camiseta rápidamente, sin darle tregua para resguardarse bajo los árboles que se encontraban bosque adentro. Parecían querer añadir un peso extra sobre él. Se quitó rápido la camiseta y la lanzó al suelo.
Caían fuertes, picando incluso. Hacían saltar pequeños granos de arena que se le clavaban en las pantorrillas. Le pegaban el pelo a la cara, sobre los ojos, mientras le chorreaban en hilos de agua por la piel.

Y ese olor maravilloso a húmedo inundándolo todo.
Y esos truenos rotos encendiendo el bosque a su paso.

      Quizás no fueron más de diez minutos en los que aquel torrente de agua cayó y cayó arrastrando incluso las piedras en su camino. Pero con todo ese chaparrón descargado sobre él, ahora se sentía limpio por dentro, más puro en su interior. Las lágrimas del cielo lo habían transformado con su llanto y también habían arrastrado parte de su amargura.
En un primer momento hizo el intento de guarecerse pero para su satisfacción posterior, y no sin cierta incomprensión por su actitud rebelde, se descubrió gozando bajo esa lluvia repentina.
Con los brazos extendidos hacia arriba queriendo recibir todo lo que le ofrecía aquel aguacero, inclinaba la cabeza hacia lo alto escuchando, oyendo y sintiendo sobre sus ojos. Daba vueltas sobre sí mismo como un loco clamando al cielo. Pidiendo más. Reía, incluso gritaba, dejando salir al tiempo su propia tormenta interna. A ésta, le dio rienda suelta para que se llevase todo lo que ya no necesitaba, para que le lavara las sábanas de los fantasmas internos y liberase un caudal de sentimientos guardados que fuesen a dar a un estanque de tranquilidad final en su recorrido.

     Baldeando su espíritu, con los zapatos en la mano y la camiseta escurriendo sobre su hombro, se concedió la libertad de bajar al pueblo por la orilla del río, sin hora de llegada.
El sol volvía a salir para secarlo todo, tímido ya y apunto de apagarse. Creaba reflejos rojizos en las hojas todavía mojadas, y un arco de colores surgía de las aguas ahora tranquilas del río. La vida del bosque todavía estaba oculta, asustada. Tendría que dar paso a la confianza de volver a la normalidad para cada uno de sus habitantes.
Pero para él todo el chaparrón había sido algo más que un momento puntual en el bosque. Había significado un punto de inflexión que le había dejado el poso de una sensación muy agradable: volver a ser dueño de sí mismo.

     Todavía quedaban unos pocos días de estío para descansar, y cuando terminasen, se enfrentaría a sus dilemas con fuerza y valor. Pero no todavía, aún se podía dejar acariciar un poco más por el sol, por la montaña, por la naturaleza y por la soledad que tanto disfrutaba.

Tania A. Alcusón


Texto con una mención especial en la Convocatoria Escritores y poetas, Antología "El último día del verano". Convoca Club Hemingway de Escritores y Lectores en Facebook.


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3 comentarios:

María Angélica Teherán dijo...

¡Enhorabuena por la mención!!! ¡Qué vengan muchísimas más!!!

Maga DeLin dijo...

Precioso relato, con hermosas imágenes y descripciones muy cuidadas!!

Felicidades por la mención!!!

Besos.

000latani000 dijo...

Gracias chicas!
Sí, bienvenidas sean. ;)
Maga, tus palabras... Ah! Gracias!

Besos para las dos!

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